SI SE REPASAN LOS ARCHIVOS DE LA parapolítica, a lo largo y ancho del país, son muchas las continuidades.
En la Costa Caribe, Antioquia, el Eje Cafetero o el Pacífico, viejas redes políticas comandadas por curtidos caciques se cruzaron y entablaron todo tipo de relaciones con el paramilitarismo. Fueron las grandes dinastías de provincia, hijas del bipartidismo y de los noventa, las que cayeron o se reacomodaron tras el escándalo.
Santander, sin embargo, es la excepción. Fiel a su tradición, hacia el inicio de la pasada década el liberalismo reinaba dividido en numerosas tendencias. Tiberio Villarreal, Eduardo Mestre y Rodolfo González manejaban al dedillo atemorizantes maquinarias aglomeradas en la llamada Confederación Liberal. En esas estaban hasta cuando se les vinculó, a todos, al Proceso 8.000. Entre tanto, los rumores sobre corrupción e inconsistencias se hacían habituales.
Paradójicamente, el protagonista del mayor caso de parapolítica en Santander hizo carrera planteando una ruptura con el clientelismo y la ilegalidad. Su discurso no encendía suspicacias. Desvinculado de las casas tradicionales y reinsertado de la guerrilla del M19, Luis Alberto Gil ostentaba una importante trayectoria sindical. Llamó a la clase media a organizarse, a apoyarlo en un proyecto alternativo y a acompañarlo en la construcción de pequeñas empresas que generarían empleo y redistribución.
En días pasados, no obstante las promesas de cambio, se inició el juicio final en el proceso por parapolítica que afronta el ex senador y fundador de Convergencia Ciudadana (hoy PIN). Además de aterrorizar a la población del departamento para que sufragara por los candidatos del “proyecto alternativo” de Gil, el Bloque Central Bolívar de las Autodefensas habría facilitado, por medio de vías ilegales, el fortalecimiento y expansión de la empresa Solsalud (la microempresa que salvaría a la clase media de la región).
La frustración de los santandereanos es doble. No sólo los desilusionaron los sospechosos habituales, los corruptos de profesión. También se les cerró la ventana de la tan mentada renovación. El panorama, por lo pronto, es desolador.