Esta es otra columna sobre agua: aguaceros que dañan los postes que transmiten la luz, ausencia de aguaceros que seca las represas que hacen la luz.
Podría pensarse que es este un tema esquinero, intrascendente, distante de sobresaltos y frenesíes de la política o las negociaciones de paz. Sin embargo, al sumergirse en el mar Caribe o en los embalses de Esmeralda, Guavio o Punchiná, en los arroyos de Soledad o en el río Magdalena, se puede fondear en los proyectos de nación, en las luchas cotidianas de comunidades enteras y en el posconflicto del norte del país.
Durante la última quincena, medios y ministros hablaron de las ciudades del Caribe en clave ansiosa debido a los efectos del fenómeno de El Niño. Por falta de lluvia bajan las represas y, al disminuir la generación hidráulica de energía, sube la generación térmica, que es más costosa. Se hicieron llamados a los consumidores urbanos para que “hagan uso racional de agua y de energía ante la hidrología muy crítica”. Dirigentes gremiales costeños pidieron “encender las alarmas” por la súbita alza del precio de la energía.
En general, se pregona el inicio de una “crisis aguda de servicios en la Costa”, una “emergencia” con racionamientos, posibles interrupciones laborales y escolares, problemas de salud y orden público. Para Bogotá (y algunos en Córdoba, Sucre, Bolívar, Atlántico, Magdalena, Cesar y La Guajira), la situación actual se antoja nueva y despierta miedos o ansiedades. Pero para todos los que allí viven en barrios populares (antiguos o recientes, legales o “subnormales”), la debacle tan temida es noticia vieja. Falta de agua y energía, inundaciones o arroyos, accidentes y muertes por electrocución son rutinarios. Y los zancudos, muchos transmisores de chikungunya o dengue, gozan del agua almacenada y se ceban con las familias la noche siguiente. Pese al mal servicio, la mayoría acumulan deudas sospechosas con Electricaribe.
Así, se han acumulado denuncias por casi una década. Estas denuncias se hacen con rabia y desesperación. “Ya estamos cansados de tanto irrespeto. Nuestras familias merecen una vida digna”, dijo una mujer del barrio Lomita Arena (de Calamar) mientras bloqueaba la vía entre Bolívar y Atlántico. “Llevamos toda una semana sin luz. Así es imposible dormir”, sostuvo un vecino en Malambo, mientras la comunidad bloqueaba otra vía y esperaba al Esmad. Este último mes en Riohacha, Soledad, Galapa, Uribia, San Onofre, Arjona, Tasajera y Cartagena se han bloqueado vías, trenes, clases. Se les ha prendido candela a llantas, a basuras y hasta a un bus interdepartamental. Las catástrofes urbanas que asustan a los ministros ya sucedieron. La infraestructura caribe es endeble, sucia, porosa, barata. Semejante dejadez no fue posible sin orquesta de varios actores. Una colaboración entre Electricaribe, las dinastías comerciales (que son las mismas políticas) y los gobiernos en distintas escalas.
Esta historia además se cristalizó tras los desplazamientos violentos y la posterior desmovilización de las Auc: en el posconflicto del norte, en el ocaso de la barbarie paramilitar. Por esto, en lugar de andar corriendo y alterados hablando de urgencias y crisis, el Gobierno debería abrazar la calma. Hacer una pausa cuidadosa sobre el futuro de estas ciudades. Empezando tal vez por disminuir el afán de Vargas Lleras y sus casas. Ciudad Equidad, uno de sus megaproyectos en Santa Marta, vive por ejemplo esta situación de agua: “La distribución la estamos haciendo por etapas. Un día le damos agua a la etapa uno y otro a la etapa dos, aproximadamente dos horas diarias”. Muchos ya acumulan deudas con Electricaribe.