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Durante las últimas décadas, estudiosas en distintos continentes han afirmado que las formas (más) valorizadas de trabajo se ubican casi siempre fuera del hogar. Este último, en Europa, América o África, es visto como un espacio de la vida privada en que no se produce valor económico. Es decir, en que las actividades que sostienen la rutina (cocinar, lavar, limpiar, criar y cuidar), protagonizadas casi siempre por mujeres, no son consideradas importantes.
La profesora Cindi Katz nos explica cómo en los hogares se consolida “la materia carnosa, desordenada e indeterminada de la vida cotidiana”. En Colombia las mujeres de clases populares han trabajado desde siempre afuera y dentro de la casa o el apartamento. El espacio en que se come, se duerme, y se crían los hijos es uno donde se reproducen no solo la existencia, sino la forma en que aprendemos sobre nuestros roles en la sociedad.
No se puede entender una ciudad sin primero saber un poco sobre las formas en que las personas y familias viven. En países como el nuestro, donde el Estado no es garantía de bienestar ni de oportunidades educativas o laborales, y en que las familias se dedican al rebusque, las responsabilidades más básicas recaen exclusivamente sobre hogares y mujeres.
Así, la mayoría de colombianas trabajan tanto en espacios remunerados como no remunerados, en horarios y tareas impredecibles. El funcionamiento de una Bogotá que no duerme depende, entonces, de mujeres que cocinan, lavan, alimentan, arrullan, curan, educan, bañan y limpian adentro y afuera de sus viviendas. Que trabajan en todas partes y en todo momento. En ocasiones trabajan desde la casa, haciendo comida para vender o cosiendo o peinando. En todo caso, soportan cargas cada vez mayores, pues los ámbitos de vivienda y trabajo se han vuelto indistinguibles.
Fue en este contexto que se creó el Sistema Distrital de Cuidado de Bogotá. Tesis de grado e investigaciones recientes nos explican que este se cultivó gracias al movimiento de mujeres, liderado (sobre todo) por las mujeres cuidadoras de personas con discapacidad y fue puesto en marcha por la Alcaldía de Claudia López. Las manzanas construyeron y articularon infraestructuras con el fin no solo de reconocer, sino de redistribuir y reducir el trabajo de cuidado no remunerado. Las manzanas ofrecen ayudas, programas y atención para el bienestar tanto de cuidadoras como de los niños o adultos a su cargo.
La tesis de maestría de Karina Cárdenas destaca mejoras significativas en la salud mental de la comunidad de Suba, donde la manzana formó y fortaleció redes de apoyo. La tesis de maestría de María del Mar Acevedo cuenta cómo en San Cristóbal la comunidad percibe la manzana del cuidado “como un espacio nuevo e innovador”, que trajo el reconocimiento del barrio y ha beneficiado los programas de “inversión, seguridad y acceso”. La tesis de maestría de Paula Guevara concluye que en Ciudad Bolívar las mujeres valoran las clases (“aeróbicos, rumba y bicicleta”) y la atención psicosocial. “La manzana ahora es un apoyo”, relata una de las entrevistadas. “Al menos venimos y nos desahogamos... yo vine a la psicóloga. Me sentía muy mal por la pandemia, no sabía qué hacer y la EPS no hace nada… y ella (la psicóloga de la manzana) me dijo: No, un momentico, desahóguese, y ella me ayudó. Descansé, le hice caso a todo lo que ella me dijo y me siento bien, me siento diferente”.
Esta semana se supo que el alcalde Galán construirá una Avenida Longitudinal de Occidente en su tramo norte (ALO Norte) con 10 carriles para tractomulas y carros. En principio la mentada ALO debía tener seis carriles y su construcción vendría acompañada de una universidad pública, dos jardines infantiles, dos colegios, un hospital público, un parque y una manzana del cuidado. En vez de cuidado tendremos carros.
Enredado en peleas torpes el progresismo de la capital deja a Bogotá a merced de la derecha.
