Con alegría la mesa de trabajo de W Radio corroboró esta semana que la vicepresidenta Francia Márquez está de pelea irreversible con el presidente Petro. Como es costumbre, los corresponsales enumeraron una serie de escándalos y chismes de corrupción entrelazados en los que se empantana el actual gobierno. Aprovechando el desorden hubo quienes declararon finalizado el paso (breve) de la izquierda por el Estado en Colombia.
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Supongamos que es cierto, se divide el progresismo y en 2026 vuelve la centro derecha. Una posibilidad es que le cierre la puerta a un reformismo deseado. No sería esta la primera vez en que los cambios se anuncian y se celebran, pero se frustran a último minuto. Varios recuentos históricos nos explican, por ejemplo, cómo la reforma agraria de 1968, emprendida con bombos por un gobierno de coalición y respaldada por la gente en las calles, no prosperó.
En un texto que escribimos hace más de diez años con Francisco Gutiérrez, argumentamos que en Colombia los problemas no son “de entrada o (cierre) del sistema político, sino que están siempre más adelante, cerca de la sección de salida del proceso”. Los problemas de salida suelen derivar en gran descontento. En pesimismos en la ciudad y (ante la ausencia de repartición de tierras) expansión de la frontera agraria y violencias en el campo. Viviríamos entonces algo similar a lo ocurrido en el desmonte del Frente Nacional: cuando, ante los obstáculos al reformismo, cundieron las dificultades para conciliar intereses y aumentó la capacidad de algunos actores para impulsar o involucrarse en actos de violencia privada. Culturalmente se inauguró a comienzos de los años setenta un periodo de profunda desilusión, en que el pacto de Chicoral acabó con los pocos avances de redistribución. En el país, que había estado cambiando y aspirando a otros horizontes, muchos vivieron el episodio como la pérdida de un futuro mejor.
Puede que, en 2026, con la división de la izquierda y la probable vuelta a un gobierno más “normal”, con los y las señoras de siempre, se viva una desilusión similar.
Esto no depende, necesariamente, de que las cosas hayan o no mejorado mucho o poco en estos casi tres años de gobierno Petro-Márquez. Un ejemplo de este fenómeno lo veo en San Andrés. La mayor parte de la población de la isla (que no se lucra ni vive en los hoteles) tiene ahora la misma calidad de agua que tenía en 2021. El agua subterránea tratada y desalinizada sigue yendo a donde la gente la puede pagar y los barrios de menores ingresos, que son mayoría en esta como otras ciudades, tienen que conformarse con el agua de lluvia o los pozos artesanales. El Gobierno del Cambio, con todas sus promesas alrededor del agua, no ha hecho mucho por estos barrios que son cada día más densos. A estos barrios, poblados en su mayoría por población negra, raizal y del Caribe continental, no ha llegado el agua todavía, pero sí llegó la promesa de una ruptura con el pasado y de un futuro mejor que ahora se les escapa de las manos.