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Los domingos son de rabia

Tatiana Acevedo Guerrero
29 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

La ducha del baño en el "cuarto del servicio” no tiene conexión al agua caliente.

No cuesta nada la extensión del servicio, pero se priva del calentador para que el tiempo bajo el chorro sea desagradable y menor (menos agua facturada, menos tiempo descansado). Así se usa en los conjuntos residenciales de las ciudades nacionales. Es un saber arquitectónico viejo, agazapado, que no se pierde. Pues aunque hoy se construyen menos, siguen diseñándose viviendas con instalaciones para “servicio doméstico interno”. “Con los trancones, es mejor que viva con nosotros para que pueda bañar a los niños”, me explica un padre de familia.

En la casa modelo de la Hacienda Fontanar Ficus (“un conjunto independiente en Chía con un ambiente campestre muy especial por su arborización”) el cuarto está en el primer piso y para entrar (o salir) hay que pasar por la cocina y el patio de ropas. Lo mismo sucede en Refugio del Valle en La Calera, en donde el “cuarto del servicio, con su baño” comparte piso con “terrazas en adoquín de arcilla y estacionamientos cubiertos para dos vehículos”. En el segundo piso van las habitaciones y baños de la familia y afuera el club house, el teatrino, la cicloruta y el lago. Ya en Bogotá, en hogares de la clase media, al suroeste de la Calle 80 con El Cortijo, los apartamentos de la Reserva de Granada incluyen un cuarto del servicio, que comparte la puerta con el patio del lavadero.

Es común que no se les instale clóset. O que se les instale clóset, pero sin puerta. Y que el espacio permita cama sencilla (para un palillo), pero no mesa de noche por estrechez. Delinear una conducta a partir de un lugar pensado para desincentivar el placer: el placer de guardar (ropa, carteras, cartas), de oír música, de bailar, de bañarse, de dormir, de estirarse (o voltearse). El cuarto de la empleada toma distancia del resto de la casa. Aislado por un patio o una cocina, realiza la segregación más vergonzosa, la más cotidiana, de una mujer adentro de una casa o apartamento.

En la calle está un barrio que no es el suyo y que la mujer, que probablemente viene de afuera de la ciudad, tiene que atravesar todos los domingos para ir a otra parte. Otra parte donde está el goce, el consumo, los encuentros. La mayoría deberá regresar al sitio de trabajo antes de que avance la noche porque no puede dormir afuera.

Los domingos son de la familia, de los hijos propios que cuidan las vecinas y las abuelas, de los enamorados que esperan toda la semana, son para la devoción y la música, para las compras y los cumpleaños. Pero también son de camaradería. De ver a las amigas y coterráneas que también son colegas. Otras de las 750.000 mujeres empleadas en el servicio doméstico en Colombia. Que trabajan 11, 12 y hasta 18 horas diarias.

Sazonados por iniciativas del Sindicato Trabajadoras del Servicio Doméstico, Utrasd, o de la Escuela Nacional Sindical, los domingos son también de resistencia y de justicia. De solidaridad, colectividad, indocilidad. ¿Cuánto te pagan? ¿Tienes salud? ¿Pensiones? ¿Caja de compensación? ¿Prima y cesantías? ¿Vacaciones? ¿Cuántas horas trabajas? ¿En qué condiciones duermes? Los domingos son de rabia y de imaginar demandas laborales para enseñar a empleadores y empleadoras a no ser tan hijueputas.

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