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La esperanza, escribió Emily Dickinson, “es esa cosa con plumas que se posa en el alma, entona su melodía sin palabras y nunca se detiene del todo”.
Por este revolotear que continúa, pese a presagios de días tristes en el futuro, es difícil abandonar la ilusión. La ilusión de ver al municipio de Quibdó ganar por una vez en su historia. Ver a Buenaventura feliz al atardecer de esta noche. A Cali, a Bogotá, a Riohacha y al Alto, al Medio y al Bajo Baudó.
Por la terquedad que confieren los muchos años de esperar a que pudiera siquiera nacer este proceso de izquierda amplia (que no hubiera cristalizado en tiempos de las Farc-Ep), se hace tan difícil resignarse al triunfo de un hombre como tantísimos otros que han gobernado. Sobre todo, en este año en que conocimos la palabra y presencia de Francia Márquez Mina. “Para una sociedad patriarcal y machista como la que tenemos”, explicó ella, “que una mujer diga que tiene carácter fuerte se muestra como negativo, se muestra como la mujer rabiosa, la mujer que grita, que hace bulla, que no tolera, y si no tolero la injusticia, el maltrato, el machismo, el racismo, entonces soy fuerte y es la única forma de poder romper las barreras en nuestro país”.
Ante este entusiasmo fue difícil ver a Rodolfo Hernández y sus hijos varones celebrar por anticipado el triunfo que dan por sentado. En un yate con ejecutivos vestidos en traje casual, aplauden con sus manitos mientras 11 mujeres jóvenes bailan en vestido de baño. Más difícil es ver cómo, simultáneo a esta celebración en Estados Unidos, la candidata a la Vicepresidencia por el Pacto Histórico caminaba el sur del país.
Ella camina y recibe a diario abrazos y confidencias, pero también palabras duras y amenazas. “Claro que me lastiman”, le contó a Natalia Tamayo de El Espectador. “Lastiman a mi familia, lastiman a mi comunidad”. Tal y como sorteó el odio de la cantante Marbelle y la periodista Paola Ochoa, Márquez Mina explicó: “Llevamos siglos resistiendo y tenemos el coraje y la fuerza para enfrentarlos, primero sin odio, luego con rectificaciones pedagógicas a quienes nos agreden”.
Nacida en Yolombó y comprometida con las luchas de Suárez (Cauca), Márquez Mina representa un quiebre en la historia y la imaginación colombianas. Este cambio ya lo desencadenó en cierta medida (desde muy joven) en su departamento, al volverse la lideresa del proceso en un contexto en que, como muchos, son los hombres quienes hablan más duro. Suárez, entre las montañas del Cauca, siempre había visto a sus líderes asesinados o resignados a las oportunidades que solo trae la minería de oro ilegal. Hoy despierta distinta la comunidad, a la expectativa de un país en el que tenga cabida.
El territorio, nos ha narrado la candidata, ha sido un escenario de permanentes disputas de intereses económicos y políticos. Para ella, una “política de muerte” se ha ceñido sobre el Pacífico, la Guajira, los Montes de María, el Catatumbo, el Magdalena Medio y la Orinoquia. Esta política de muerte ha afectado el territorio y a quienes forman parte de él, “en su mayoría pueblos negros, indígenas y campesinos racializados, empobrecidos y violentados”. “Al principio”, cuenta Márquez Mina, “me decían: bueno, usted enloqueció; otros me decían que era una igualada en términos despectivos... no me importó, seguí para adelante”.
Pienso en ese “seguir para adelante” mientras es noticia el video del ingeniero y sus hijos varones celebrando el triunfo por adelantado. Tan seguros están de ganar porque siempre han ganado. Imposible no pensar en otro pedacito de poesía de Mercedes Carranza: “Tanta muerte por la libertad y el orden para terminar en una patria boba hecha entre chiste y chanza, y más que nada por usted, ojos, oídos, nariz y garganta detenidos en un aire de otro siglo, cuando la tierra era plana”.
