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“El presidente de Francia, Emmanuel Macron, le exige respeto a Gustavo Petro”, tituló la prensa esta semana. La “exigencia” se hizo tras una intervención del presidente colombiano durante la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo. “Hay un electorado mayoritariamente ario en estos países, que son del G20 y emiten mucho CO2, que permiten a ciertas corrientes políticas negar la crisis climática” afirmó, haciendo referencia al mito nazi de una supuesta “raza aria” blanquísima, superior. Y explicó cómo, en lugar de preocuparse por la degradación ambiental, los países del norte se concentran en combatir la migración: “Es más fácil ganar los votos con mentiras y fetiches, diciendo que se va a vivir mejor si los que no tienen el mismo color de piel, ni la misma religión, se expulsan”.
“Tenemos políticos en Europa que no están obsesionados con la migración y que luchan mucho contra la extrema derecha. No simplifiquemos la realidad de nuestra vida política, por favor, le ruego”, contestó Macron. La prensa colombiana narró cómo “el presidente francés en medio de aplausos” le pidió al presidente colombiano no “darles lecciones a las personas del otro lugar” y lo invitó a “trabajar juntos y basarnos en los datos y la ciencia”.
El intercambio dice mucho más sobre Francia y quien la gobierna desde hace ocho años, que sobre Colombia y su mandatario.
Hace algunos años, durante una cumbre del G20, un periodista le preguntó a Macron por qué no existía un Plan Marshall para África. El mentado Plan funcionó luego de la Segunda Guerra Mundial (1948-1951). Los Estados Unidos entregaron alrededor de 13.000 millones de dólares a 16 países europeos (incluyendo al Reino Unido, Francia, Alemania Occidental y Países Bajos), devastados por bombardeos y combates. La respuesta de Macron fue categórica. Primero explicó cómo, a diferencia de Europa, que en la posguerra se recuperaba de un evento traumático, África estaba condenada. “El desafío de África es completamente diferente, es mucho más profundo”, dijo. Argumentó que el problema del continente era del “orden civilizatorio”, pues se caracterizaban “Estados fallidos” y retos demográficos.
“Uno de los desafíos esenciales de África... es que en algunos países hoy nacen siete u ocho hijos por mujer”, denunció. Así las cosas, Macron dio lecciones a 54 países “del sur”, simplificó la realidad de la vida política de todo un continente y no se basó ni en los datos ni en la ciencia. Esto pues, para el momento de sus declaraciones sólo uno de los más de 50 países africanos tenía una tasa de natalidad superior a cinco hijos por mujer.
Lo cierto, además, es que el racismo, la segregación y la crisis climática están entrelazados. A lo largo de la colonización europea grandes extensiones de tierra fueron adaptadas a los cánones europeos, en un proceso que terminó por socavar las formas de vida de sus pobladores originales. En 1621 los holandeses llegan a lo que hoy es Indonesia para tumbar bosques e introducir monocultivos. Franceses, ingleses y españoles se toman el Caribe y durante el siglo 17, tumban todo para sembrar las islas con plantaciones de caña de azúcar.
El profesor Amitav Ghosh sugiere que las respuestas de la Tierra, en el contexto de cambio climático, se asemejan cada vez más a las del planeta ficticio que inspiró la novela de ciencia ficción Solaris, de Stanislaw Lem: cuando los humanos lo provocan, Solaris reacciona de maneras impredecibles. La Tierra, escribe Ghosh, “puede actuar, y de hecho lo hace, solo que sus acciones se desarrollan en escalas de tiempo que reducen la brecha de 400 años” entre el siglo 17 y el siglo 21 a “un mero instante”. Desde esa perspectiva, nos dice Ghosh, los cambios climáticos de nuestra era no son más que la respuesta de la Tierra a cuatro siglos de colonización y trasformación acelerada. Este proyecto ha sido adoptado universalmente, ya no sólo por los imperios del norte, sino también por las élites locales (como las colombianas).
