Nos dice el Informe Final de la Comisión de la Verdad que la primera vez que se usó la expresión “minga indígena” en nuestro contexto contemporáneo fue en 1999. Entonces, la movilización bloqueó por 23 días la vía Panamericana entre Cali y Popayán. El gobierno de Andrés Pastrana envió al ministro del Interior, Néstor Humberto Martínez Neira. Este atendió al congreso extraordinario del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en el resguardo indígena La María, Piendamó, y expidió una resolución que declaró “la emergencia social, cultural y económica de los pueblos y sus respectivas autoridades”. La resolución habla de “la voluntad política del Gobierno de atender con celeridad y diligencia” demandas en materia de “territorialidad, medio ambiente, derechos humanos, desarrollo de las normas constitucionales, economía y seguridad alimentaria”.
La resolución y los compromisos de Martínez Neira acabaron en incumplimiento y aquella fue la primera de muchas mingas.
La minga, explica el profesor Carlos Duarte, “representa en esencia un intercambio”. Mucha gente combina (coordina) su trabajo y entusiasmos por una labor común. Por eso, dice Duarte, “todo el mundo aporta”, todo el mundo camina para el mismo lado, pues el “llevar algo es la base primigenia del intercambio y la reciprocidad”. Veinte años después, en 2019, la Minga por la Vida, el Territorio, la Democracia, la Justicia y la Paz del suroccidente colombiano, que se sostuvo de marzo a abril, pidió, entre otras cosas, el cumplimiento de aquellas promesas del 99. Pero esta vez, en un período de posconflicto reciente y desgobierno constante (en el mandato presidencial de Iván Duque), la minga aglutinó también a comunidades campesinas y afrodescendientes.
Vino la pandemia en los meses que siguieron y todas las exigencias se hicieron más que apremiantes. Al caer la tarde de abril 22 de 2020, fue asesinado el líder social Hugo de Jesús Giraldo López, en la vereda San Pedro, del municipio de Santander de Quilichao. Campesino, comerciante, docente, sobreviviente de la masacre del Naya, defensor de derechos humanos desde la Asociación de Trabajadores y Pequeños Productores Agropecuarios (Astcap), Hugo de Jesús había denunciado el escalamiento del conflicto armado y los ataques de distintos actores (incluyendo el Ejército). En el Cauca se registraron 20 asesinatos de líderes y lideresas entre marzo y mayo de 2020.
La profesora Katerine Alejandra Duque narra, en La Silla Vacía, cómo tras los meses más duros de la cuarentena, la Minga del Suroccidente reactivó la movilización y se instaló en Cali buscando un diálogo con el presidente Iván Duque (que nunca se presentó). Los mingueros del suroccidente atravesaron el país y fueron a buscarlo a la Plaza de Bolívar en Bogotá, pero tampoco se presentó. Fue entonces cuando la movilización coordinada produjo una sentencia de 22 puntos que registran exigencias y responsabilizan “al Gobierno en cabeza de Duque de vulnerar los derechos fundamentales de afros, indígenas y sindicatos, entre otros”. En aquellos días se sembró la posibilidad de un primer gobierno de izquierda. El gobierno actual existe por (y para) la minga.
Dado lo anterior, las imágenes de las marchas más recientes, que resultan ofensivas para muchos, nos recuerdan que la historia colonial y de la esclavitud no está relegada al pasado. Por el contrario, permea otras discusiones igualmente urgentes sobre política económica, justicia, salud y futuro climático. Ojalá en los debates radiales y televisivos, por cínicos o desinformados que sean, haya siempre alguien que recuerde los fundamentos coloniales y esclavistas de nuestro presente.