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Mujeres del CISCA

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Tatiana Acevedo Guerrero
25 de diciembre de 2022 - 05:00 a. m.
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Organizaciones como INDEPAZ y Human Rights Watch explican que en 2022 la situación de los líderes ambientales sigue siendo crítica y que “los asesinatos de líderes sociales, ambientales e indígenas continúan”. Lourdes Castro, coordinadora del programa Somos Defensores, le dijo a la prensa que los asesinatos en el primer semestre incrementaron un 71 % respecto a 2021, lo que puso de relieve “que la campaña electoral no solo fue muy agresiva en términos políticos sino muy violenta” y que “los liderazgos sociales fueron blanco de esta violencia”.

Aunque los departamentos más peligrosos para los defensores siguen siendo Cauca y Antioquia, han aumentado las agresiones en los Santanderes. “Consideramos que quizás el aumento está muy marcado por la disputa territorial que se vive en el Magdalena Medio entre la guerrilla del Eln y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia”, dice el informe de Somos Defensores. En el Catatumbo, por su cuenta, hay disputas entre el Eln, el grupo armado pos-Farc, el Epl, el Clan del Golfo y el Cartel de Sinaloa.

Es en esta última región donde un grupo de mujeres, desde el Comité de Integración Social del Catatumbo (CISCA), trabajan por el reconocimiento de su rol histórico como cuidadoras y por mantener un espacio amplio en este movimiento social. Su historia es narrada por Natalia Duque en el libro Defender el territorio, publicado recientemente. Andrea Lisbet Jiménez, Luz Marina Prieto, María Ciro y sus compañeras del CISCA han aprendido a trabajar la tierra, a compartir sus historias sobre la vida en el campo y a conservar y transmitir los conocimientos sobre las plantas para hacer medicinas y cuidar el entorno. Se reúnen y se cuidan bajo el lema: “Mujeres del CISCA: sabiduría, lucha y resistencia”. Al principio andaban cada una por aparte, entre las montañas y los municipios de la región, pero al encontrarse buscaron una forma distinta de vivir. Se reconocen como feministas campesinas y populares, y son conscientes de que viven en un “contexto rural donde opera el patriarcado, un sistema que oprime a las mujeres y las margina en todos los escenarios de la vida”.

Ellas explican cómo heredaron una antigua amistad con las plantas del Catatumbo. La heredaron de “generaciones de hombres y mujeres, descendientes de los indígenas motilones-barí, que durante la colonización lucharon contra los españoles para defender su vida y su territorio”. Este territorio es a la vez selva, montaña y frontera.

“Las mujeres y las plantas somos las mismas, hemos vivido, nos hemos transformado juntas, hemos resistido juntas. Una conexión natural, única, inexplicable, nos buscamos, nos reproducimos, nos acompañamos, nos protegemos. Como la coca, condenadas por largos periodos por brujas. Como la ortiga, urticantes”, dice María Ciro. Con esto da a entender que, más allá de esencialismos o estereotipos sobre las mujeres como cercanas a la naturaleza, sus relaciones con el territorio están arraigadas en las relaciones sociales (de género), las prácticas materiales, las responsabilidades y la organización de la vida cotidiana. Como son las mujeres las que trabajan en los campos plantando, fertilizando, podando y cosechando estas huertas, son ellas las que interactúan con las plantas, las montañas y las aguas de los ríos de manera rutinaria y habitual.

Por eso tienen una conexión y en su trabajo cotidiano establecen relaciones entre la experiencia de cuidar y usar las plantas; la memoria, la historia y la lucha por los derechos de los campesinos y los indígenas; la autonomía de los habitantes rurales, y la resistencia frente a los proyectos extractivos y las violencias asociadas al conflicto armado que se presentan en la región. La relación encarnada con sus huertas impulsa el activismo comprometido de las mujeres del Catatumbo.

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