La novela La infancia del mundo, del argentino Michel Nieva, nos describe un futuro calientísimo en que se han derretido los hielos antárticos, ha subido el nivel de los mares y la Patagonia (en el sur de América) se ha transformado en un “reguero desarticulado de pequeños islotes ardientes”. Es el año 2272 y la provincia de la Pampa no es llanura, sino que, luego de siglos de pesticidas y monocultivos, se ha convertido en un puerto de comercio, contrabando de videojuegos, narcotráfico y turismo sexual.
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Ya no hay Amazonía verde, ni bosques en China ni en África. Pululan los virus transportados por animales e insectos errantes. Florecen emprendimientos que identifican virus y evalúan su potencial financiero. Hacen plata los corredores de bolsa y los consultores que calculan “la probabilidad de advenimiento de nuevas pandemias” y monetizan sus efectos a través de “instrumentos y paquetes accionarios”. La argentina playera, otrora llano, se divide entre playas públicas cundidas de basura en y playas con arena limpia y mar azul, cundidas de seguridad privada. Por un lado conjuntos cerrados, hoteles con aire acondicionado y mansiones de turistas. Por otro lado, chozas de lata y ladrillo y aguas con plástico, pesticidas y escombros.
De esta realidad surge la niña dengue, personaje principal de la novela, que nació de una mujer pero es, sobre todo, un zancudo. La niña tiene patas bicolores afiladas, “como cuatro agujas”, y zumba a toda hora. Al igual que todas las hembras de su especie, la niña dengue pica, succiona sangre y transmite enfermedades como el dengue. A diferencia de otros zancudos hembras, la niña dengue tiene una madre humana que vive y encarna todos los días la desigualdad de este mundo distópico: trabaja “de sol a sol para mantener a la hija”, sin salario digno, ni recreo, ni festivos. Viaja “hacinada en una lancha colectiva” hasta los barrios adinerados donde trabaja como empleada del servicio en la bolsa de valores y cuidando niños. No tiene tiempo para la niña dengue pues llega molida a casa “cargando con la violencia recibida por sus patrones”. Habiendo sufrido tanto, en medio de la pobreza y el maltrato de los niños del barrio, la niña dengue comienza a picar y transmitir dengue.
Pese a que el autor se va 248 años al futuro (y que la novela se publicita como un triunfo de la imaginación), hay parecidos con la cotidianidad de muchos. Ayer se nos informó, por ejemplo, que Brasil, Colombia, Argentina y México concentran el 90 % de los casos de dengue y el 88 % de las muertes, con Brasil registrando la mayor parte. El dengue representa un riesgo mayor para los niños, que en países como Guatemala representan el 70 % de las muertes. De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, filial americana de la Organización Mundial de la Salud, los menores de 15 años representan más de un tercio de los casos graves en Costa Rica, México y Paraguay.
La epidemia de dengue que vive en este momento América Latina es la más grande y larga de la que se tenga registro desde 1980. Hay más de 12,6 millones de casos y se han reportado más de 7.700 muertes. Quienes sufren la peor parte son los y las que viven en barrios populares y no cuentan con acceso a infraestructuras de agua con buena calidad. Y como tampoco cuentan con buen acceso a los hospitales, estamos seguros de que hay un subregistro de casos.
En el libro, la niña dengue decide salir de los barrios populares, huyendo hacia las playas bonitas. Su primera parada es en la bolsa de valores, donde su madre limpiaba diariamente los baños. Es el inicio del colapso, inevitable en este tipo de ciencia ficción gaucha, punk y entre divertida y deprimente. La venganza se cierne, de entrada y a vuelo de dengue, sobre los corredores de bolsa. Y no vuelve a aterrizar.