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Amanecía en julio de 1991 y la prensa celebraba el hallazgo de Cusiana. “El Gobierno confirmó el descubrimiento de un gran yacimiento petrolero en Cusiana, departamento de Casanare, que podría ser incluso superior en cantidad y calidad al de Caño Limón, en Arauca”, confirmó una noticia. Ecopetrol, por su cuenta, declaró haber comprobado grandes volúmenes de hidrocarburos en el piedemonte de la cordillera Oriental.
En realidad los yacimientos habían sido encontrados en 1988, pero el primer pozo (Cusiana 1) no produjo resultados espectaculares. Por el contrario, el llamado Cusiana 2 trajo esperanza en un momento en que el país vivía un recrudecimiento del conflicto armado con las guerrillas y el narcoterrorismo, la emergencia del paramilitarismo y el genocidio contra la Unión Patriótica. Andrés Restrepo, entonces presidente de Ecopetrol, le contó a la prensa lo siguiente: “Para esa época no sabíamos cuánto petróleo había allí. Algunos se aventuraron con cifras locas solo comparables con países como Arabia Saudita. Nosotros, en Ecopetrol, éramos más cautos y estimamos el tamaño de Cusiana en unos 1.500 millones de barriles sumando todos los pozos”.
Como todas las bonanzas, esta trajo bienestar, estabilidad, excesos e infraestructuras. Como otras anteriores, esta bonanza permitió que se fortaleciera y se ensanchara el Estado colombiano. Y como todas, también tuvo un final. Cusiana, explicó Restrepo, es uno de esos campos “con una producción alta pero con un rápido declive”. Al comienzo su productividad subió de 450.000 barriles diarios a 800.000. Pero pocos años después cayó por debajo de los 400.000 barriles por día. La parábola de Cusiana nos habla del agotamiento de un recurso y de las paradojas que lo rodean. También nos habla de la forma como un ritmo acelerado de extractivismo se introduce y se consolida poco a poco hasta que es indispensable buscar el siguiente.
Los investigadores Felipe Corral-Montoya, Max Telias y Nicolas Malz nos explican que es importante comprender cómo se introdujo gradualmente un régimen de extracción (en este caso, de combustibles fósiles) para poder imaginar una salida. Para el caso del carbón, analizan quiénes son dependientes o salieron fortalecidos por las bonanzas. Nos muestran cómo la extracción de carbón a gran escala no solo se arraiga en la tierra, el agua, el viento y los cuerpos humanos y animales que rodean las minas, sino que se arraiga profundamente en la política, la sociedad y la economía regional y nacional. Es tanto el entrelazamiento, que lo describen como una “espiral de atrincheramiento” que hace que sea más que difícil abandonar la actividad. A su paso, esta espiral deja también legados agresivos sobre el medio ambiente, la cultura y el bienestar de las comunidades aledañas.
Es el atrincheramiento, la nostalgia de las cusianas, lo que explica que se intente bloquear cualquier política que tome distancia del extractivismo. Estos bloqueos, este atrincheramiento, vienen muchas veces del Estado mismo. Este Estado que se construyó con base en yacimientos y minas no sabe funcionar sin ellos. Por esto es tan difícil pensar el futuro de la transición. Para desandar los pasos mucho dependerá de la comunicación (que hoy no es el fuerte del Ministerio de Minas y Energía). Tendríamos que entender y saber explicar cómo se produjo el mentado atrincheramiento para poder combatirlo y dejarlo atrás.
