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Racismo se escribe con W

Tatiana Acevedo Guerrero
31 de enero de 2021 - 03:00 a. m.

La gente debe tener “cuidado” en la Guajira, afirmó Julio Sánchez Cristo en su programa radial, luego de que la modelo y excandidata al Concejo de Bogotá Elizabeth Loaiza denunció el maltrato del que fueron víctimas los participantes de un rally que, según explicó la prensa, fue organizado con “más de 60 vehículos 4×4 y un pequeño grupo de vehículos cuatrimotos”. Entre tantas llantas juntas, los aventureros tuvieron un altercado con miembros de la comunidad wayuu, quienes les reclamaron por pisar e irrespetar dunas y lugares sagrados. “Son partes de Colombia que están muy abandonadas por parte de nuestras autoridades” pontificó Sánchez que también contó que Loaiza y compañía tuvieron que pagar una indemnización, luego de que uno de los camarógrafos que documentaba la aventura golpeó a un wayuu. Tras el pago, los visitantes continuaron “su excursión hacia la Alta Guajira, con el acompañamiento de la Policía Nacional”.

¿Cómo es posible que no se pueda ir por cuanta parte “explorando nuestra bellísima geografía”?, se preguntaron los participantes del programa. “Es tierra sin dios, sin ley”, “tierra de nadie”, “nadie manda allá”, se comentó con indignación en el segmento. Loaiza, por su cuenta, presentó tres argumentos al ser entrevistada. El primero, que el wayuu que les pidió no profanar lo sagrado no se comportaba “como debe comportarse un indígena”. “No viste como indígena”, explicó, y tiene modos agresivos: “esos no son los principios que les enseñan a los indígenas”. El segundo, que además la comitiva estaba apoyando económicamente a los indígenas: “Les compramos cervezas y unas pulseritas a los niños”. El tercero, que el rally tiene todo el derecho de aproximarse a los territorios cualesquiera porque estos son sagrados para cualquier colombiano: “No es territorio sagrado solo para los wayuu sino también para los colombianos porque ahí reposan los restos de nuestros ancestros”.

Sánchez, gallinazo de la radio nacional, agradece y elogia a Loaiza por su coraje y belleza. Esta termina la entrevista recordando que en la comunidad wayuu han tenido siempre muchos conflictos “entre ellos”. Acto seguido se da paso a la investigación que las dos periodistas de la mesa han preparado y se abren los micrófonos a chismosos y posibles víctimas de la mentada agresividad indígena, a quienes dan carta blanca para decir cualquier cosa sin importar su violencia. Una señora cuenta que alguien le contó que los indígenas son peligrosos, que andan armados. Que tienen aspecto (y hablan) “como venezolanos”. Otro señor compara a la comunidad con manadas de animales. Luego viene alguna música y cambio de tema.

En medio de la pandemia, de la escasez y de tantas dificultades, no se inmuta el programa al hacerle daño a una comunidad que ya es bastante vulnerable. No tendría que ir tan lejos la unidad investigativa periodística para evitarlo. Sin necesidad de largas pesquisas en “campo”, podrían por ejemplo aproximarse al trabajo de tres profesoras que escriben y dictan clase al respecto.

Lina Britto nos describe cómo durante la llamada bonanza marimbera la comunidad tuvo que sobreponerse a los embates de paisas y cachacos que eran quienes mandaban en la siembra, en el negocio y recibían la gran mayoría de las ganancias. Britto explica que, en su memoria histórica, la comunidad guarda los dolores que trajo la guerra del mundo arijuna (no wayuu) en la que perdieron tanto. Diana Ojeda nos narra cómo durante la llamada prosperidad democrática, el frenesí de “Vive Colombia, viaja por ella” significó para muchas comunidades el despojo de sus tierras y mares. El turismo se convirtió en una actividad extractiva más, a través de la cual los viajeros llegan a conocer la “Colombia, magia salvaje” y quieren ver y disfrutar la belleza de “nuestra patria” sin que nadie les estorbe. Si hay comunidades locales por ahí, perturbando el recreo o la contemplación, deben comportarse de manera dócil, agradecida y sobre todo ecológica. Y Astrid Ulloa nos ha mostrado cómo los pueblos indígenas en Colombia son apreciados por sociedad civil y gobiernos siempre y cuando se porten como “nativos ecológicos”. Es decir, que sean de maneras serviciales y nunca reviren. Que cuiden los ríos y sean pacíficos. Que protejan el paisaje y sean parte de él.

 

Rocio(21165)01 de febrero de 2021 - 07:23 p. m.
Gracias Tatiana. Ante todo el respeto por nuestras culturas, tan diferentes somos unos de otro. La tarea que hagamos y especialmente a la señora Loaiza y sus amigos que aqui se ve cual es su estilo de "turismo". El respeto nos permite disfrutar. Definitivamente eso es lo que pienso de la W. Alguna vez lo sintonizo y no logro entender su estilo. Gracias
Clara(32500)01 de febrero de 2021 - 02:15 p. m.
Exelente columna de Tatiana. Hay que respetar las propias culturas de los pueblos indígenas, sus formas de vida y normas. Es un derecho a su cultura. Los periodistas deben promover el turismo y conocimiento de la historia de de estos pueblo s, que forman parte de la historia de nuestra patria. Construir en lugar de destruir. No dar credibilidad a cualquier modelito frustrada con pataleta.
Al(ntln0)31 de enero de 2021 - 11:32 p. m.
Para comenzar, 60 vehículos y cuatrimotos es una invasión insoportable en cualquier vecindario. La arrogancia, irrespeto e insensibilidad de Loiza y Sanchez expresan clasismo, racismo e ignorancia. Impacta cuando lo dice una figura pública porque refleja valores de un clase desarraigada (sin raíces), pero que lo diga un periodista es aún mas dañino.
tono(nx2hk)02 de febrero de 2021 - 07:58 p. m.
Es una vergüenza el trabajo de Julio Sanchez Cristo y sus colaboradores en la "W". Matoneo gansteril a ultranza como cuando entrevistaron a Andreas Kalcker porque promueve el dióxido de cloro para curar enfermedades. No se si funciona o no este producto, a lo que voy, fue la forma en que entraron a descalificarlo y atacar a este señor desde que contesto solo para descalificarlo.
Lorenzo(2045)01 de febrero de 2021 - 10:50 a. m.
"Pájaros de Verano" (2018), del cineasta colombiano Ciro Guerra lleva al cinéfilo al alucinante ecosistema guajiro. Si, claro: el cine es mejor que la vida, sin embargo, la maestría en el relato visual sacude los cimientos de la emoción. Destaca además, lo que de alguna manera es secundario -el MacGuffin hitchockeano-: la génesis de la traquetocracia nacional. La depredación de los chacacos.
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