Las ruinas son los destrozos. Son los testimonios de la perdición, la decadencia o el decaimiento de lo que antes estaba. Un edificio, por ejemplo, o una infraestructura, o un paisaje. Llamamos ruinas a lugares invadidos por la mala yerba o que fueron descuidados, inundados, desfinanciados. Que se oxidaron, desgastaron, apolillaron. Se contaminaron. Quizás en este complicado comienzo de la década (y pensando en lo que viene) vale la pena examinar algunos de nuestros escombros nacionales. Es decir, explorar las ruinas que se consolidan a lo largo de Colombia y preguntarnos cómo se producen, cómo se destruyeron y qué se creó con esta destrucción.
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La primera a explorar es la de los hospitales públicos. En específico, la del Hospital San Francisco de Asís en Quibdó. Tras algunos cierres de dependencias secundarias en los últimos años (como el de la cafetería), en 2019, con falencias importantes en infraestructura, el hospital cerró también dependencias fundamentales, como la de imagenología o de imagen médica, donde se llevan a cabo desde radiografías hasta tomografías y endoscopias. Todo empeoró cuando la imagen de una rata flaca comiendo de la bandeja de un paciente circuló en cientos de mensajes de Whatsapp y Facebook. Tras el escándalo, varias áreas tuvieron que ser selladas de forma temporal y la Secretaría de Salud le pidió al hospital “presentar un proyecto con equipos y mobiliario que necesitan para prestar un mejor servicio”.
Otro de los lugares erosionados y merecedores de toda la atención son los colegios públicos. “Los salones no tienen luz, solo funciona medio transformador y no soporta toda la carga, los baños los tenemos en mal estado desde hace varios años y en el colegio hay una población muy grande. No es justo que deban soportar estas condiciones, queremos que la administración distrital nos dé una solución”, explicó el presidente del Consejo Comunitario de Arroyo de Piedra, en Cartagena, departamento de Bolívar. Mientras los niños de esa localidad se organizaban en un plantón con carteleras, a pocos metros los estudiantes de la Institución Educativa Bertha Gedeón, en Vista Hermosa, denunciaban también un problema con el transformador (que ha explotado varias veces), por lo cual el colegio no tiene electricidad. “En ocasiones tenemos que dar las clases en los patios o solo unas horas sin completar toda la jornada, pues el calor dentro de los salones (que roza los 37 °C) es muy horrible”, denunció una docente de la institución.
La tercera de las ruinas de la patria son las ciénagas. En especial aquellas que se agrupan alrededor del pozo Lizama 158, en Santander. Esta semana, la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) impuso una multa de $5.155 millones a Ecopetrol, dentro del proceso por el afloramiento de petróleo en inmediaciones del pozo en marzo de 2018. Los cuerpos de agua afectados van hasta la desembocadura del caño La Muerte en el río Sogamoso (e incluyen los tributarios, en una extensión de más de 12 kilómetros). Ecopetrol anunció que impugnará la decisión preliminar de la ANLA.
La última de las ruinas que tal vez valga tener en cuenta es la que dejaron los narcos. Esta semana, el Club San Fernando, propiedad de alias Chupeta, fue motivo de disputa entre antiguos socios y la Alcaldía de Cali. Mientras la Sociedad de Activos Especiales (SAE) propone vender el lujosísimo inmueble (hoy cundido de enredaderas y animales de monte) por un altísimo precio, el alcalde, Jorge Iván Ospina, quiere comprarlo “para convertirlo en un parque tecnológico”. En la mañana del pasado miércoles, cuando Ospina quiso llevar a cabo un acto de posesión simbólico del club, fue atacado por un enjambre de abejas.