La llamada etapa de la “recuperación” es la que abarca el periodo posterior a la pandemia de COVID-19 y su legado de consecuencias económicas. Es también una en la que han sanado lentamente las heridas del estallido social, se ha recuperado poco a poco el empleo y se han abierto ventanas de posibilidad y esperanza con la llegada de un gobierno diferente al poder. Es un tiempo en que además se hacen las paces con memorias duras en lo que tiene que ver con lo ambiental. Es decir, con momentos que en los últimos años marcaron la vida de la gente.
Y es que, pese a las nuevas labores de Iván Duque como conferencista sobre cuidado del medio ambiente y líder de la iniciativa Concordia por la Amazonia, su periodo presidencial fue uno en el que cristalizaron memorias ambientales difíciles. Fue durante su mandato, por ejemplo, que se hizo frente a las fallas de Hidroituango. Aunque las principales emergencias se dieron meses antes de su posesión, el daño ambiental y los cambios en la vida de las poblaciones aguas abajo continuaron en los largos años de su gobierno. El nivel del río bajó, hubo cerca de 40.000 peces muertos y las condiciones de la vida habitual del río Cauca se vieron afectadas por completo. Las comunidades asentadas en la gran cuenca del Cauca vieron sus vidas cambiar pues dependían del caudal para la pesca y la agricultura.
Otra herida en las memorias ambientales de la población nacional es la que deja la minería en la Amazonia. Estudios de los últimos años confirman la existencia de al menos 2.312 puntos y 245 áreas de extracción no autorizada de oro, diamantes y coltán en esta región. Las poblaciones que habitan allí se enfrentan además a la llegada de maquinaria pesada a los ríos en donde se instalan dragas.
La Amazonia es también la región donde la deforestación deja a su paso desolación. En 2019, 158.894 hectáreas fueron afectadas por esta práctica, lo que equivale “a toda Bogotá arrasada”, dijo entonces a la prensa el director de la Policía de Carabineros. En el PNN Tinigua se deforestaron 6.527 hectáreas. Las poblaciones vieron sus paisajes militarizados pues la Operación Artemisa fue la única estrategia estatal para detener la deforestación. Además de pérdidas en sus paisajes, ahora deben hacerle frente a un recrudecimiento de la violencia.
En los últimos años, tan difíciles, las comunidades también le pusieron el pecho a la amenaza constante del glifosato del Gobierno Duque. En febrero de 2021 los campesinos del Guaviare protestaron pues su departamento era el primero en la lista de fumigaciones. Para entonces los pobladores revivieron los recuerdos de un pasado reciente. Recordaron cómo “esa fumigación se dispersa hacia los cultivos de pasto, hacia los cultivos de pancoger, las selvas, los rastrojos y todo allí lo acaba. Eso queda como cuando le pasan la candela y se acaba totalmente”. Pedro Pauna, líder campesino, contó cómo en fumigaciones pasadas “los químicos cayeron en los grandes ríos, como el Guayabero y Ariari. El río Guaviare une unos afluentes que recogen todo esto y que lo van llevando hacia el Orinoco”.
Todos estos hitos son los que se procesan hoy con la esperanza que augura el nuevo gobierno (y los miedos de que sus promesas no se cumplan). En estas historias la memoria ambiental no representa el acto mental pasivo de recordar. Representa, en cambio, una relación activa entre las aguas de los diferentes ríos, los sentidos corporales, los oficios, los afectos y los territorios en los que están incrustados. Estas memorias son entonces procesos en que los lugares, los cuerpos, los árboles, ríos, animales y cultivos recrean el pasado.
Este pasado sigue vivo en el presente de represa, deforestación, draga y contaminación.