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Se multiplica en las ciudades colombianas la oferta de Soluciones Basadas en la Naturaleza. Estas, según la Comisión Europea, son aquellas “que están inspiradas y respaldadas por la naturaleza, que son rentables, brindan simultáneamente beneficios ambientales, sociales y económicos, y ayudan a desarrollar la resiliencia”.
Bucaramanga, Yopal y Montería han sido seleccionadas como pioneras en proyectos de desarrollo, apadrinados por la cooperación internacional, que las convertirán en “ciudades resilientes basadas en la naturaleza”. Villavicencio, Pereira y Pasto siguen el mismo camino. Y está también Barranquilla, que hace grandes inversiones en publicidad para anunciar su conversión en una “BiodiverCity” (Biodiverciudad). Tantos proyectos con planes casi idénticos pondrán los ojos (y los fondos) sobre la protección de humedales, manglares, bosques, ríos, playas y parques urbanos.
Sin embargo, ante el entusiasmo, caben quizás una advertencia y una aclaración.
La advertencia es sobre los cierres. Llueve la financiación y con ella se alborota la confianza inversionista. Tal y como lo afirma la definición de la Comisión Europea, las mentadas soluciones basadas en la naturaleza buscan ser verdes, pero rentables. Por esto suelen acarrear cierres: parques con vigilancia privada, espacios con restaurantes y cafés costosos, emprendimientos ecológicos abiertos a quien pueda pagarlos y conjuntos de vivienda verdes, pero cerrados. La conservación viene con un precio caro para las personas más vulnerables, que son además las que lidian con las peores consecuencias del cambio climático. Lo podemos ver ya mismo en Barranquilla, donde el megaproyecto Ecoparque promete nuevas siembras de manglares y distintas descontaminaciones. Al mismo tiempo, les da la espalda a comunidades del barrio Las Flores, del corregimiento La Playa, y tantos otros barrios cuyas vidas dependían del acceso al agua y a las playas. Alrededor del parque, decenas de edificios en cemento y metal van creciendo día a día (más rápido que los manglares recién sembrados).
La aclaración es sobre la naturaleza en las ciudades de nosotros. ¿Cómo medimos la naturaleza urbana? Una opción es hablar sobre biodiversidad, que hace referencia a la variedad de organismos vivos presentes en un sitio. Podría pensarse que las zonas metropolitanas son menos biodiversas que el campo, pero lo cierto es que, con todos sus problemas, ciudades (con sus rincones de “malas” yerbas y sus pájaros baquianos en trastear semillas de un lado a otro), pueden tener mayor biodiversidad que zonas rurales en que cundan los monocultivos. Muchas de las zonas biodiversas urbanas no están cerradas a la gente, sino que han florecido entre la rutina más mundana.
Los terrenos baldíos, por ejemplo, se convierten a veces en refugios de biodiversidad, albergando todo tipo de matas, pájaros, lagartijas e insectos. Lo mismo ha sucedido con algunos parques de barrio. En el barrio La Joya, en Bucaramanga, el parque se reorganizó con ayuda de campesinos y veredas vecinas, que se toman el espacio los domingos para vender sus productos en la ciudad. Encontramos además los parches de tierra en que convive lo que se siembra y lo que aparece y crece de manera espontánea. En Buenaventura hay conocimiento botánico sobre la utilidad de cada planta culinaria y medicinal que crece en los patios y los alrededores de los barrios. Hay unas yerbas que se queman para ahuyentar zancudos, hay otras que se preparan en bebida para tratar enfermedades. En los tiempos difíciles de covid-19 estos conocimientos beneficiaron a la población urbana en general.
Estas, aunque no se ven tan verdes ni son “rentables”, son también naturalezas urbanas. Hospedan grandes riquezas de organismos vivos sin necesidad de promover cierres ni exclusiones. Tal vez es en estos parques y patios donde se gestan las ideas más justas sobre las ecologías en la ciudad.
