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“¿Surgirá algún día el amor?”

Tatiana Acevedo Guerrero
16 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Dice Lina Moreno que durante algunos años su familia sintió la “gratitud del fervor popular por el compromiso y la entrega de Álvaro Uribe con el país”. En su carta, que es intimidante por la imagen cultivada de mujer misteriosa y las citas que amedrentan por su erudición, Moreno nos cuenta que solo recientemente el país ha asistido a la construcción de imaginarios negativos alrededor de su marido. Este es hoy retratado “como instigador y determinador de un aparato criminal, culpable de las peores atrocidades políticas y sociales”. Nos explica cómo esa, tan negativa, “imagen es la que ha llegado a los estrados judiciales”; una imagen arropada por las “narrativas del odio”. Narrativas que, se entiende, son ajenas a ella y los suyos. “¿Surgirá algún día el amor?”, se pregunta de la mano del escritor Thomas Mann.

La intervención de Moreno es sorpresiva por lo prolongado que ha sido su silencio sobre casi todo. Pero no por eso dice verdades. Y es sobre todo una carta injusta. Pues las que ella llama las narrativas de odio (el presidente electo Duque la llama “la política del odio que promueven los profetas de la fractura nacional”) se reprodujeron quizá como nunca durante los períodos presidenciales de los que ella hizo parte. El fenómeno inaugurado por la coalición de Uribe podemos nombrarlo como el “todo se vale en la lucha contra la subversión”. Pero a diferencia de otros, como Turbay Ayala, Uribe incursionó en una lucha antisubversiva que siempre se daba en comunión con el crecimiento económico. Se trataba de un “todo se vale, siempre y cuando deje a la larga dividendos”. Esto no solo incluyó la guerra de contraguerrillas, sino también la eliminación de iniciativas que pudieran calificarse como cercanas a las guerrillas (más adelante castrochavistas). Esta eliminación abriría caminos hacia la confianza inversionista.

Hay tantos ejemplos del fenómeno. Muchos del segundo período presidencial, pero uno de los primeros tuvo que ver con el extinto DAS y data de los primeros días de la administración Uribe. El presidente había nombrado a Jorge Noguera director luego de que Noguera dirigiese su campaña en Magdalena (pese a que el joven no tenía experiencia alguna en asuntos de seguridad). Tras denuncias en 2005 que lo señalaban de cooperar con paramilitares, durante y después de las elecciones presidenciales, Noguera dejó voluntariamente el cargo y fue nombrado cónsul en Milán. Meses después nuevas denuncias se acumularon. Uribe lo defendió con tenacidad, pero pronto se hizo claro que, bajo la dirección de Noguera, buena parte del DAS estaba al servicio de paramilitares. Los servicios incluyeron una sala de interceptaciones telefónicas dentro de la institución, al servicio de alias Macaco.

En misiones antisubversivas, el DAS suministraba a los paramilitares nombres y ubicaciones de sindicalistas y activistas que luego fueron asesinados. Entre 2004 y 2006, años en que Uribe defendió y mantuvo a Noguera dentro del gobierno, fueron asesinados en Ciénaga (Magdalena) Luis Romo, Alejandro Arqueta y Eberto Fiol. Los tres trabajaban por la defensa de tierras de campesinos en el corregimiento de Palermo (Magdalena). Hombres de alias Don Antonio tenían control sobre dicho corregimiento, pues pretendían construir en estas tierras un puerto alterno a Barranquilla. Estos mismos fueron quienes asesinaron, gracias a la colaboración del DAS, a Adán Pacheco, miembro del efímero sindicato que tuvo Electricaribe.

Todo hacía parte de la obsesión antisubversiva que no conocía límites y que ha caracterizado el discurso uribista. De vez en cuando se usaban trampas para acelerar resultados. Una de estas era acusar de guerrilleros a defensores de derechos humanos. El DAS abría el proceso y los sindicados iban a la cárcel. Salían por falta de pruebas y eran asesinados por paramilitares. Amaury Padilla y Alfredo Correa de Andréis fueron acusados de guerrilleros y también de chavistas. Ambos fueron apresados con el mismo proceso (copiado cuartilla a cuartilla usando el copy-paste). Fueron puestos en libertad por falta de pruebas. Padilla se exilió y Correa fue asesinado por paramilitares. Un protocolo similar que implicaba acusar a alguien de guerrillero y justificar así su muerte fue el que caracterizó, durante el segundo período presidencial de Uribe, las ejecuciones extrajudiciales de hombres jóvenes urbanos. ¿Surgirá algún día el amor?

 

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