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En sus “Apuntes para una política del lugar”, la poeta Adrienne Rich invita a pensarnos como ramificaciones de nuestras raíces. “Necesito”, escribió, “entender cómo un lugar en el mapa es también un lugar en la historia dentro del cual ... soy creada y trato de crear”.
Tomo prestado este pedacito de su poesía para explorar cómo el lugar de mi infancia, que es Barrancabermeja, ocupa un lugar en la historia nacional. La ciudad, a la orilla del río Magdalena, se conocía entonces (y se conoce todavía) como el “puerto petrolero de Colombia”, con una de las refinerías más grandes de Latinoamérica.
El petróleo ha estado (desde el año 1982, en que nací) en el corazón del conflicto armado de la región del Magdalena Medio y el país en general. Desde la academia y el periodismo se ha documentado la relación difícil, oscilante pero permanente, entre las guerrillas y las petroleras. En especial, de la guerrilla del ELN.
En enero de 1965 aparecieron las primeras noticias de su existencia. Un grupo subversivo, informó la prensa, se tomó la población de Simacota, se enfrentó al ejército local, agarró las platas de entidades oficiales e hizo un discurso ante la comunidad. En conversación con el periodista Óscar Castaño, el ex líder guerrillero y municipal, Ricardo Lara Parada contó cómo desde Barrancabermeja salió un mensaje que se expandió “en las cafeterías y los prados universitarios”. Esto, con ayuda del cura Camilo Torres, quien manifestó su simpatía por el movimiento, debido a “la fatiga que manifestaba el pueblo por la displicencia del Gobierno ante las necesidades de las grandes mayorías colombianas, mientras permitían el entronizamiento de las multinacionales que saqueaban … los tesoros del país y sus riquezas naturales”. 120 días después de llegar a las montañas, Camilo murió en combate en Santander.
En medio del gobierno de Guillermo Valencia, el ELN salió de Santander para incursionar en Antioquia. A donde llegó, el grupo mutó, se degradó. Cambió el país. Algunas de sus acciones han estado vinculadas siempre con la industria del petróleo: ya sea dinamitando su infraestructura o directamente extorsionando a las empresas. Como nos cuenta la Fundación Paz y Reconciliación (PARES), las empresas petroleras tuvieron (tienen) que pagar extorsiones para permitir la construcción y el funcionamiento del “oleoducto Caño Limón-Coveñas, construido por la empresa Mannesman entre 1983 y 1984, y el oleoducto Bicentenario, construido en 2019″.
Esta semana que hoy acaba (y tras 30 años de intentos infructuosos) el Estado y el ELN iniciaron un alto al fuego en un proceso de paz total. La Fundación Ideas para la Paz advierte que se han desarrollado diez diálogos con esta guerrilla y por primera vez se pacta un cese al fuego como este. Y siento que cabe abrir una ventanita de esperanza por el diálogo en curso. Más allá de las tormentas que arrecian hoy sobre la familia Petro y la minucia de los chismes judiciales, hay cambios tectónicos que desbordan a la nación y se ciñen sobre el lugar en la historia que representó el petróleo.
Durante el acto en el que se oficializó el cese al fuego, alias Pablo Beltrán, jefe negociador del ELN, destacó que la guerrilla “nunca antes” había tenido “la oportunidad de tener un Consejo Nacional de Participación”. Este último representará a 30 organizaciones y sectores, incluyendo la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia y la Mesa Nacional de Víctimas, en la mesa de diálogos. Quizá esto coincida con un entendimiento tácito, entre muchos y muchas, de que las cosas, como van, son simplemente insostenibles. Es la parábola del agotamiento de una era, cuando un país que ha sufrido tanto se percata de que la crisis ecológica —que nos muestra en carne viva la desigualdad social y económica enorme— no puede ser resuelta por las vías de siempre.
