En 1961 el poeta y escritor neoyorquino James Baldwin habló sobre la forma en que, en el ejercicio de maltratar y deshumanizar a los afroamericanos, el hombre blanco acaba también por arruinarse a sí mismo. “El país no sabe lo que les ha hecho”, escribió refiriéndose al racismo, linchamientos y violencias contra la población negra. Y predijo el alto precio que ese país blanco, sumido en “una pobreza emocional tan insondable”, tendría que pagar: “El país no tiene idea alguna, y esto es desastroso, de lo que se ha hecho a sí mismo”. La segregación racial (el odio que en ella se fortalece) que los blancos inventaron para salvaguardar su pureza, sentenció Baldwin, “los ha convertido en criminales y monstruos, y los está destruyendo”.
Veinte años después, la escritora barranquillera Marvel Moreno hizo un diagnóstico similar sobre la forma en que, en el ejercicio de maltratar y deshumanizar a las mujeres, el hombre colombiano acaba también por destruirse a sí mismo. En una de las metáforas de aquel diciembre en que llegaban las brisas, Moreno insinuó que, en el esfuerzo por odiar a las mujeres, uno de sus personajes iba marchitándose como un ajo viejo. “El novio elegido”, escribe, “con su cara pringada de cicatrices de barros juveniles empezando ya a mortificarse, como si su odio por las mujeres modificara el comportamiento de sus glándulas y estas, en lugar de segregar las sustancias necesarias, produjesen unos ácidos capaces de alterar la textura del rostro y tenderlo lívido y añejo a la manera de una cabeza reducida”.
Moreno les dio la espalda a sus contemporáneos, discípulos de un realismo mágico en que el hogar se desplegaba en historias maravillosas a través de siglos, y nos describió un hogar sofocante y anclado en el clasismo sin coto, la desconfianza contra las mujeres y la frustración. Entre la morronguería, la desigualdad y la urbanización de Barranquilla, los hombres descritos en la obra de Moreno se sienten inseguros de sus méritos, sus afectos y sus hombrías. Quizá por esto se embarcan en rutinas de maltrato contra sus amantes, esposas y novias. A lo largo de estas rutinas de misoginia, que incluyen pero no se agotan en la violencia física y el homicidio, los hombres terminan por perder cualquier rumbo. Como los blancos racistas de Baldwin, los hombres machistas de Moreno pagan un gran precio.
“No más adolescentes asesinadas. Respetemos los derechos humanos”, dice el cartel que sostienen dos niñas de aproximadamente 12 o 13 años. Llevan camisetas blancas por el asesinato de tres mujeres en los últimos 20 días en el municipio de Olaya Herrera, Nariño. Yina Yasmín Salas, de 27 años de edad. Lina Estéfani Castaño, de 25 años de edad. Máryuri Rebolledo Guerrero, de 13 años de edad. “Rechazamos este tipo de acciones que violentan el derecho a la vida, pedimos la ayuda urgente del presidente de la República”, declaró el alcalde del municipio ante la prensa. Entretanto, los gobiernos regionales en Sucre, Atlántico y Santander organizan campañas para frenar las andanadas de violencia doméstica, que es la que un hombre ejerce contra las mujeres de su entorno (y se ha disparado en el encierro de la pandemia). Como el racismo está entrelazado con el proyecto nacional de Estados Unidos, la misoginia parece estar íntimamente ligada a nuestro proyecto nacional.
Hay notas que narran cómo algunos hombres “perpetradores van presos”. Otros se suicidan tras asesinar a sus parejas. En el noticiero estos reportajes se intercalan con los que hablan de otras violencias. Todo parece dar cuenta de la destrucción que anunció Marvel Moreno y de, en palabras de Baldwin, una pobreza emocional tan insondable.