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Amaneció, el río estaba vestido de flores y Bogotá parecía otra ciudad. Fue una ensoñación: el centro dejó de ser gris y recibió a la Bienal Internacional de Arte y Ciudad BOG25. El cauce del río San Francisco, el Vicachá, se llenó de pétalos, de color y fantasía, y a su paso dejó una estela de posibilidad, un susurro de lo que la ciudad aún puede ser. Tal vez solo de eso se trate el empeño de estos artistas: recordarnos que no estamos condenados a la realidad, que podemos cambiar lo que está mal e inventar nuevas formas de vivir. Sus obras son ensayos sobre la felicidad, escritos con colores, cuerpos y gestos que laten en la ciudad.
La Bienal reúne a más de 250 artistas de Colombia y del mundo, y México es el país invitado. Entre todos hacen de Bogotá un laboratorio de muchas formas de ser y estar. Cada calle, plaza y edificio se transforma en un escenario donde las obras dialogan con la memoria, la arquitectura y la vida cotidiana. Son instalaciones que invitan a detenerse, mirar con atención y sentir la ciudad de otra manera: un mapa de experiencias sensoriales y emocionales, un tejido de gestos y colores que propone explorar nuevas conexiones, habitar la ciudad con otros sentidos, imaginar lo posible y, por qué no, lo imposible.
Espacios como el Palacio San Francisco, el Eje Ambiental, la Plaza Cultural La Santamaría, el Museo de Artes Visuales de la Universidad Tadeo y la Biblioteca Nacional, entre muchos otros, se llenan de simbolismo, movimiento y memoria. Las obras reflexionan sobre la felicidad en medio de la desigualdad y logran conjugar la belleza y la crudeza. Contrasta lo efímero de las intervenciones con la permanencia de los problemas. Preguntarse si estos gestos son semillas de cambio, espejos de la tristeza o simples destellos de ilusión forma parte de la experiencia. Este es un recordatorio de que el arte puede abrir grietas en la realidad y ofrecernos nuevas maneras de imaginar la vida. Vayan, recorran la Bienal, que nunca sobra preguntarse por la felicidad.
