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Otra vez, la gente atrapada entre el fuego cruzado de una guerra que no eligió. Otra vez las amenazas, las listas de la muerte y los asesinatos selectivos. Otra vez dejarlo todo. En las últimas semanas, 54 mil personas han sido forzadas a dejar sus casas en la región del Catatumbo. Además, 46 mil niños se encuentran desescolarizados, pues sus colegios fueron minados y sus maestros amedrentados. Es la eterna historia del horror de este país.
Hace mucho sabemos qué, cómo y por qué ocurre, y cuáles son sus consecuencias, pero no logramos evitarlo. El ELN y las disidencias de las FARC luchan a muerte por controlar el negocio de las drogas, pero los que mueren son los civiles. Una etiqueta es suficiente para que, lista en mano, casa a casa, los criminales asesinen a sus anchas y el resto de la gente huya en estampida. Los armados hacen la guerra a expensas de las comunidades sin que el Ejército y las instituciones puedan protegerlas. El territorio le sigue quedando grande al Estado colombiano.
En el Catatumbo la paz no fue. Sin que hayan podido implementarse, de manera eficaz, la Reforma Rural Integral, los proyectos PDET, la indemnización a las víctimas y la reincorporación de excombatientes, el Acuerdo no es más que una intención. Los firmantes están siendo asesinados por el ELN y la paz no es ni parcial ni mucho menos total. Cumplir lo acordado es gestionar institucionalmente las tensiones sociales. El Estado de Derecho tendrá muchas fallas, pero es mil veces mejor que el autoritarismo de las armas. Más que llevar otros ejércitos, hay que implementar el Acuerdo; de otra manera, el vacío que dejan las instituciones lo seguirá ocupando el narcotráfico. Entonces, el horror seguirá siendo la historia sin tiempo de este país eternamente adolorido.
