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Se reúnen a la orilla del camino, como esperando a que regresen los niños del colegio. Llevan mochilas, fotos, rezos y un dolor que las vincula vitalmente. Son guardias, cuidan, pero no visten uniformes ni llevan armas, sólo la fuerza de querer volver a verlos. Caminan, tocan puertas, cruzan montes y levantan la voz. Son las madres de la Guardia Intercultural Humanitaria y, desde hace meses, recorren el Cauca decididas a traerlos de vuelta.
La Guardia Intercultural Humanitaria nació en Argelia, Cauca, a comienzos de este año, cuando los grupos armados incrementaron el reclutamiento de niños y niñas. Surgió de la desesperación: son madres campesinas, indígenas y afros que se organizaron para buscar a sus hijos y evitar que otros fueran arrebatados de sus casas. Formaron comités, se capacitaron, crearon redes de comunicación y activaron las alarmas comunitarias.
En un departamento que ya suma cerca de 200 denuncias de reclutamiento forzado solo este año, estas madres han conseguido que algunos menores regresen con sus familias, así como frenar varios intentos. El caso más reciente es el de una niña de 14 años, interceptada cuando estaba a punto de ser llevada al Meta. La buscaron durante días, siguieron pistas, cruzaron ríos, hablaron con vecinos y llegaron hasta donde nadie más se atrevió a llegar. La encontraron, la trajeron de vuelta y la abrazaron como si fuera hija de todas. Porque lo es. Cada niño que salvan es una victoria frente al miedo, una grieta en la oscuridad por donde se cuela la esperanza.
Mientras los guerreros apelan a la fuerza, al miedo y a la intimidación, ellas responden con ternura y determinación. Donde ellos imponen, ellas acompañan. Donde ellos arrebatan, ellas rescatan. No buscan venganza ni poder, sólo quieren que los niños sean niños. Frente al miedo que aísla, ellas tejen vínculos que abrigan. Allí están, juntas, y no van a rendirse. Porque la guerra recluta, pero ellas siempre estarán para cuidar.
