Hace unos días se celebró en Medellín la Cumbre del Jaguar, un encuentro para pensar la relación entre inteligencia artificial y cultura. El nombre no es casual: como el jaguar, la IA acecha con sigilo y nos obliga a revisar lo que entendemos por creación, imaginación y humanidad.
La violencia arrecia en el país y en el mundo, y cuesta hallar rastros de humanidad entre tanta atrocidad. ¿Qué nos hace únicos como especie? ¿La solidaridad, la capacidad de ponernos de acuerdo, la fuerza de inventar otros mundos posibles? En medio de este tiempo oscuro, la IA nos devuelve preguntas urgentes sobre ética, derechos de autor, soberanía de datos y futuro del trabajo creativo. La Cumbre recordó que no es neutral: refleja intereses, arrastra sesgos y puede ampliar desigualdades. El reto es decidir cómo queremos que transforme —para bien— la cultura y la vida social en Colombia.
La IA inquieta, pero también abre panoramas inesperados. En Medellín se vieron obras donde fue aliada de la memoria, la biodiversidad y el arte. Experimentos donde la máquina se volvía cómplice de la imaginación humana y no su sustituta. La brújula está en nuestras manos: orientar la tecnología para que potencie lo humano, no para que lo diluya.
Lo que está en juego no es la máquina, sino nosotros. La pregunta no es si la IA puede crear, sino qué humanidad queremos preservar con su ayuda. Atender al rugido del jaguar es nuestra decisión. Y, en ella, los creadores, artistas y gestores culturales tienen la palabra —y la responsabilidad— de marcar el rumbo, de hacer de la cultura un lugar donde imaginar y sostener un mundo más humano. Bienvenidos a esta conversación que apenas comienza.