Jane Goodall murió a los 91 años, en medio de una gira de conferencias. Este mundo —tan cruel a veces— es, sin duda, mucho mejor después de su paso por la vida. Ella nos enseñó a mirar a los otros —humanos y animales— como seres sintientes. Su lección de compasión es una brújula frente a la violencia que hoy desgarra a Gaza, a Ucrania y a comunidades enteras en Colombia.
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En los bosques de Tanzania, Goodall descubrió que los chimpancés fabricaban herramientas, expresaban afecto y también dolor. Lo que comenzó como una investigación sobre los animales se convirtió en una lección de humanidad para nosotros mismos. Al reconocer en ellos emociones y vínculos, derribó el muro que nos separaba del resto de las especies y propuso otra manera de habitar el mundo: con respeto, empatía y cuidado.
Jane Goodall transformó el conocimiento en una ética que trascendió los límites de la ciencia: no se trata solo de entender a los animales, sino de reconciliarnos con la vida. En cada gesto de respeto hacia el entorno hay una forma de convivencia, una manera de concebir las relaciones entre nosotros y con las otras especies. Aprender, enseñar y aplicar ese sencillo principio a la vida cotidiana es hoy más necesario que nunca.
En Colombia, donde los territorios más golpeados por el enfrentamiento armado son también los más ricos en biodiversidad, su lección adquiere un sentido urgente. Nosotras, las personas del común, no tenemos capacidad de incidir en los conflictos armados del mundo ni de nuestro país. Lo que sí está en nuestras manos es comprender lo que pasa, rechazar radicalmente la violencia y optar por cuidar lo que nos rodea: un árbol, un río, un animal, una persona. La paz, tan anhelada, empieza en los gestos mínimos que reconocen el valor de la vida. Jane Goodall lo dijo con claridad luminosa: “Solo si comprendemos, cuidamos; solo si cuidamos, ayudamos; y solo si ayudamos, podremos salvarnos”. Esa, quizá, sea también la lección más humana de todas.