La reforma laboral era una oportunidad y la perdimos todos. En el país más desigual de América Latina, la precarización del trabajo nos está asfixiando en conjunto, sin importar la orilla política. Algo tenemos que cambiar y nos toca hacerlo juntos. Con el hundimiento de la reforma laboral perdimos la posibilidad de mejorar una situación que a todas luces no está bien. Además, desperdiciamos la ocasión de encontrarnos en torno a un interés común, más allá de las diferencias. No sé qué es más grave.
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La conversación alrededor de la reforma laboral valía la pena porque interpelaba a todos los sectores sociales. ¿Que era difícil? Sí, sin duda. ¿Que implicaba negociar, hacer ajustes, quitar y agregar cosas? Seguramente. De allí la importancia de los debates en la Cámara de Representantes, los consensos logrados entre los partidos y los ajustes que se alcanzaron a hacer al texto antes de que llegara al Senado. Allí, en la Comisión VII, las mayorías decidieron archivar la iniciativa; acabaron de un tajo con la conversación y se negaron la posibilidad de debatir y mejorar la propuesta en otras sesiones.
Deliberar, confrontar posturas y construir consensos en la diferencia es lo único que puede garantizar la mejor solución; para la reforma laboral y para todos los problemas que nos aquejan. De esto se trata la política y es lo que se ha degradado enormemente. Necesitamos más conversación y menos imposición. Zanjado de esta manera el debate sobre la reforma laboral, el presidente invocará la consulta popular para defender las reformas sociales. Si la idea prospera, responderemos “Sí” o “No” a unas cuantas preguntas cerradas, las calles volverán a llenarse de gente y sonarán arengas e insultos entre contradictores. Volverá a haber mucho ruido, pero en ningún caso será conversación; esa oportunidad ya la perdimos.