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El atentado contra Miguel Uribe Turbay nos sacude y nos aterriza, de un solo golpe, a la realidad. El candidato baleado por la espalda, mientras daba su discurso; la multitud aterrorizada; el sicario ingenuo, de apenas 14 años, que pretendía huir a pie después de perpetrar un magnicidio; el miedo, la rabia, el desconsuelo. Colombia.
Se arma el revuelo y, de repente, todos se vuelven fiscales, policías y jueces: acusan, juzgan y condenan. Detrás de la pantalla todo se ve simple. Los insultos, las conjeturas y las mentiras van y vienen por las redes sociales. Muchos se suman a la batalla y atizan el fuego. En pocas horas, el país parece inmerso en una pelea de cantina. El presidente habla, y entre tantas citas y florituras resulta imposible descifrar qué quiere decir o qué va a hacer para contener la crisis. Lo único claro es que el suyo no es un mensaje de unidad.
“Otra vez”, decimos los mayores. “¿Qué está pasando?”, preguntan los más jóvenes. No. No estamos de regreso a 1989. Estamos hoy, aquí, y este es un golpe de realidad que nos lanza a su versión más cruda: atentados en Cali, Cauca y Valle del Cauca; 70.000 personas desplazadas y unas 16.000 confinadas en el Catatumbo; un centenar de líderes sociales y firmantes del acuerdo asesinados; la Paz Total que no fue y el acuerdo con las FARC que no se implementó. Esta es la Colombia de 2025.
En medio nosotros, que no sabemos ni entendemos, que no nos cabe en la cabeza ni en el corazón tanta violencia deliberada. Que tenemos que seguir viviendo aferrados a la cotidianidad, porque no tenemos otra opción; y porque es lo único que podemos hacer por los que nos rodean y les dan sentido a nuestras vidas. No atizar el fuego, hacer uso responsable de nuestra voz y no hacerle el juego a los violentos es mucho y eso sí está a nuestro alcance. Nos queda, como siempre, la resistencia de las cosas pequeñas: cuidar, escuchar y seguir creyendo que, algún día, podremos vivir en paz.
