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Instrumentalizar el dolor venezolano, la vileza de una oposición en desgracia

Teresita Goyeneche

05 de agosto de 2024 - 12:05 a. m.
"Es una gran infamia la instrumentalización del dolor ajeno para hacer política y recuperar el poder perdido": Teresita Goyeneche
Foto: Camilo Suárez

Uno de los rasgos más complejos y peligrosos en la relación entre la Colombia y la Venezuela contemporáneas se viene cimentando, sobre todo, desde 2013 con la llegada de Nicolás Maduro a la presidencia. Desde entonces, y soportado en el evidente ocaso político, económico y social de Venezuela, cada vez que hay elecciones, sean nacionales o regionales, aquí o allá, se utiliza la tragedia de los vecinos como instrumento de miedo para azuzar incautos y evitar el empoderamiento de aspiraciones progresistas, de izquierda o de centro.

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Cuando hablo de la tragedia venezolana me refiero no solo al declive económico de la otrora boyante economía venezolana, que dirán los más fieles al chavismo es solo consecuencia de los bloqueos económicos impuestos por el norte global. Los mismos que se hacen los ciegos ante los observadores de derechos humanos que insisten en denunciar lo inocultable. En el informe de 2023, la CIDH señaló la falta de independencia del poder judicial, lo problemática que es la concentración del poder en el ejecutivo, la falta de garantías a las propuestas políticas no oficialistas, la persecución y criminalización de los líderes de oposición. También anotó con preocupación las designaciones atípicas de las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE) y la mano oficialista en la observación de los comicios del país.

La ONU, por su parte, ha denunciado miles de ejecuciones extrajudiciales y torturas concentradas sobre todo en períodos de movilización ciudadana contra el gobierno, siendo las de 2014 y 2017 las más mediáticas. La persecución a la prensa ha hecho que grandes talentos del periodismo venezolanos se vayan del país y los que se quedan trabajan con precariedad por falta de recursos y ante la zozobra de la vigilancia y el castigo. Todo eso, más la escasez de alimentos, de medicinas, el debilitamiento de la moneda y la falta de garantías, dejan hoy un saldo de casi ocho millones de venezolanos en la diáspora. De ellos, solo el 1 % es elegible para votar (alrededor de 69.000 personas, 7.000 de ellas en Colombia).

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El escenario venezolano es frustrante y parece no tener fin. Los resultados de las elecciones del 28 de julio, que varias voces de la comunidad internacional han llamado dudosos e ilegítimos, ponen de frente otros seis años de Nicolás Maduro. Y ya se lee en los muros, redes y algunos medios colombianos el mismo sonsonete que dice que ese es el futuro que nos espera, que los siguientes seremos nosotros, que nos vamos a volver Venezuela. Sin el más mínimo respeto por el pueblo vecino o por los migrantes despechados que nos rodean, por el dolor y el espanto, los líderes más reaccionarios, y también muchos que se hacen llamar moderados y de centro, se llenan la boca sin pudor con un estribillo que ya tiene varios años en el ruedo. Todo esto mientras Colombia es hoy y desde hace dos años un país gobernado por la izquierda.

Es una gran infamia la instrumentalización del dolor ajeno para hacer política y recuperar el poder perdido. Para parecerse a la Venezuela que inició en 1999, Colombia tendría que tener una economía dependiente del petróleo, un sistema político con fronteras no definidas y escoger un presidente militar que luego nombre un gabinete militar. Pero lejos de eso, Colombia tiene instituciones fuertes, Cortes independientes, un Congreso diverso. La corrupción es innegable, pero hay separación de poderes y, aunque sigan las promesas de reformas radicales o se hable de una constituyente, nada ha logrado desestabilizar este sistema que, aunque imperfecto, garantiza la posibilidad de la alternancia política.

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Eso es lo que vive Colombia hoy, un gobierno distinto a los anteriores. Uno que comenzó hace dos años y que terminará en dos años más. Un presidente que, a pesar de su inestabilidad y cinismo, no ha quemado el país cuando se le caen los proyectos. En parte porque no puede. Que exista en la esfera pública suficiente transparencia para revelar apoyo al régimen de Maduro es un rasgo de buena salud política, no de amenaza. Es además una oportunidad para nosotros, los que votamos y seguimos creyendo en un país más progresista y justo. Ahora sabemos a qué le llaman democracia los que, cercanos al poder, apoyan la autocracia de los otros.

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