A un mes de las elecciones regionales en el país, Cartagena se encuentra de nuevo sumida en una contienda cargada de insultos e intrigas. Nada nuevo a pesar de que los medios y las redes sociales quieran señalar lo contrario. No hay sino que mirar la prensa de los últimos 35 años, desde que se elige alcalde por voto popular en la ciudad, para notar que el chisme y la cizaña son el lenguaje universal de la tan esperada temporada electoral.
Hubo suspicacia desde el principio. Cuando en esas primeras elecciones Fernando Araújo sacó en campaña que él era “el candidato de acá”, Mingo Rojas –que se dio por aludido por ser momposino– respondió que sí, que Araújo era el candidato de acá: de Bocagrande, de Castillogrande, de las zonas más pudientes de Cartagena. Rojas se presentó entonces como el candidato del pueblo, y ganó. Sobra decir, Rojas es vecino de Araújo.
Por supuesto, el nivel y la calidad del insulto ha evolucionado –para bien o para mal– con el espíritu de cada época. Pero llamarles en la esfera pública ladrón, corrupto o inmoral a los candidatos está lejos de ser una novedad.
Tampoco es nuevo que uno o varios candidatos tengan investigaciones abiertas o estén precedidos por escandalosos casos de corrupción que hipotéticamente les hayan enriquecido. Basta visitar la historia del memorable Nicolás Curi, insigne señor que ostentó ser alcalde tres veces entre 1990 y 2008. A Curi lo condenaron por contratación indebida y los expertos que conocen las muchas trampas que le hizo al sistema dan fe de cómo dominó el juego de sacarle partido a su poder.
Por eso la contienda de este año no sorprende, aunque insistamos en indignarnos. La familiar sensación, entre la conmoción y la apatía, nos ha paralizado y obligado a situarnos en un malestar sin salida. Desde esa parálisis nos cuesta comprometernos con un mejor presente y futuro. Parece que la respuesta a la precariedad fuera escoger el mal conocido. La esperanza se nos vende como un valor de idealistas, cuando en realidad es la materia de los que hacen posible esa Cartagena que soñamos.
Si queremos pensar de verdad en qué es lo nuevo, lo que es o podría ser diferente esta vez, lo que podría sacarnos de la trampa y despertarnos del hechizo y la indignación, es la conversación y la acción colectiva. Existen hoy candidaturas que prometen esa posibilidad, candidaturas atomizadas que por separado no hacen contrapeso a la ya mentada tradición, pero que unidas harían la total diferencia. No por la alineación del pensamiento, que debo decir no es deseable en ningún lugar y menos en Cartagena, donde lo que reina es la diversidad de ser y pensar. En cambio, el diálogo, el encuentro de los lugares comunes y la descentralización del pensamiento deberían ser banderas de batalla de los que creemos en esa ciudad posible.
Esta columna es entonces una invitación para Judith Pinedo y también Javier Julio Bejarano, José Luis Osorio, Javier Doria y tantos otros liderazgos que hoy parecen paralizados por el asco y para quienes lo correcto parece ser “no meterse en política”. Innovar en una Cartagena fragmentada es borrar fronteras, unir las partes, crear comunidad. Ese es, creo, el primer paso para construir una nueva historia de ciudad.