Escuché el discurso de Kamala Harris durante la Convención del Partido Demócrata. Como muchos migrantes que viven en este país, no voto, pero lo que pase en estas elecciones tendrá efectos en mi vida. Escuché decepcionada porque, como era de esperar, le negaron la palabra a Ruwa Romman, representante electa y ciudadana estadounidense de origen palestino, una población que ha sufrido como ninguna en los últimos años de la supremacía militar de Estados Unidos en el mundo. La administración de Biden y Harris ha sido aliada incondicional del gobierno israelí en la guerra asimétrica que hoy se libra en territorios palestinos. Un apoyo que ha sido frontal y decisivo durante esta ofensiva, la cual ha dejado más de 40 mil asesinados, incluidos 1.200 israelíes durante el ataque de Hamas del 7 de octubre y más de 10 mil niños palestinos, por los menos 2 mil de ellos menores de dos años.
En paralelo a la Convención, seguí la rueda de prensa del Movimiento Uncommitted, promotor de la participación de Romman y que, basado en los incontables crímenes de guerra israelíes, ha pedido que se detenga el envío de armas estadounidenses para la guerra. Escuché, como ayer a Tim Walz y anteayer a los Obama. Evadí la inyección de esperanza sintética y de alegría artificial que ha impuesto el marketing demócrata y terminé de ver el discurso de Harris, brillante y directo, reconociendo en mí la contradicción. Sentí alivio, porque hay con qué darle batalla a la gesta autoritaria de Donald Trump; y también impotencia ante la crueldad del escenario político actual.
La solidaridad y el entusiasmo bullen dentro del Partido Demócrata después de años de división. Hay enormes diferencias entre los progresistas y los demócratas corporativos que conviven dentro del mismo. Sin embargo, ante la amenaza de Trump, se cristalizó la unidad. Además, Harris propone una agenda en lo doméstico que promete fortalecimiento de sindicatos, seguir creando empleos, mejorar las condiciones para la vivienda digna, ampliación de la cobertura de salud pública, el acceso al aborto y la necesidad de restringir la compra y el porte de armas. Y, sin embargo, el sinsabor es ineludible.
Días después de la convención, el comentarista político Hasan Minhaj preguntó al senador demócrata Bernie Sanders si no le frustraba que ideas tan básicas como la necesidad de un mejor sistema de salud, o la regulación a la financiación de campañas, o restringir el apoyo a la guerra en Gaza tomen tanto tiempo en ser integradas al sentido común de la política nacional. Sanders, que lleva cuatro décadas en la política electoral y que es considerado de izquierda, contestó: “son ideas básicas pero, lamento decirlo, en el mundo real, cuando tratas de tumbar la estructura de los poderosos, esta no cae enseguida. Los cambios no pasan de la noche a la mañana, no pasó con el movimiento de derechos civiles, o con los derechos de las mujeres. Se necesita legislación para regular el poder de los billonarios y se necesita ver el mundo como es y no como debería ser”.
Existe la idea, sobre todo en el mundo progresista más radical, de que planteamientos como el de Sanders o el de Alexandria Ocasio-Cortez –ambos progresistas que apoyan la campaña de Harris— son insuficientes, reformistas y solo acentúan el statu quo. Hablo de quienes quieren, con justa razón, que se detenga ya la máquina de la muerte y desposesión. Pero, la verdad, es difícil ignorar la sabiduría de Sanders, no solo por su edad, sino por su medio siglo de participación en las transformaciones sociales de este país. Una buena regla de la vida y la política, leí esta semana, es que la gente que quiere todo o nada, casi siempre se queda con nada. Algo me dice que para dar un paso hacia el mundo como debe ser, así sea mínimo, en noviembre muchos tendrán que tragarse un sapo, reconocer que las soluciones mesiánicas y bombásticas mueren casi que al nacer, que somos parte de este mundo cruel y que cambiarlo requiere una labor que toma tiempo y equipo. No es cierto que nadie esté haciendo nada para detener la injusticia. Son muchos, pero se necesitan más y, como Sanders, hay que resistirse a renunciar ante el fracaso y tener los pies puestos en la realidad.