En un descuido de Anyi Lizé Rodríguez, la gafufa que no deja que nadie se le arrime al presidente Petro, nos colamos en el despacho del primer mandatario, que se estaba tomando un refajo.
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Tavo, el salario de cocineras de Palacio no nos alcanza y nos urge conseguir algotro trabajito de medio tiempo pa no pasar necesidades -se la soltó Tola de uán.
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Con mucho gusto tías -dijo Petro con los ojos rojizos-, ustedes saben que mi mayor preocupación es el pueblo sufrido y aguantador, esclavos del capital nazi tetra-HP.
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Vayan mañana a este Fruver -dijo Tavo apuntando la direción en un papel-, y pregunten por el compañero David Racero, defensor de los derechos de los trabajadores.
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Cuando llegamos al tal Fruver, Daví, un morenazo muy bien plantao, pa qué, nos recibió de pico y nos chantó dos delantales de dril y nos dijo: Tías, bienvenidas al Cambio.
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En este Fruver somos todos una familia -siguió Daví muy solidario-, y nos debemos poner la camiseta del compromiso pa desarrollar la política del amor: quererse no tiene horario…
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Hablando de horario, Daví ¿cuántas horas nos tocaría camellar? -preguntó la sindicalista Tola-. Porque no se te olvide que nosotras podemos trabajar solamente medio tiempo.
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La idea es que trabajen 13 horas diarias, tías -dijo Daví-, pero les propongo que en homenaje al nuevo papa sean XIV, con un descanso de 5 minutos para almorzar.
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Y como la necesidá tiene cara de perro callejero, Tola y yo estuvimos de acuerdo con las condiciones y le preguntamos a Daví cuáles serían nuestras tareas en el Fruver.
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Son muy sencillas, tías: deben de estar en el Fruver a las 4 de la mañana y un carro las llevará a Corabastos para traer el surtido. Cuando lleguen hay que seleccionar las frutas en buenas, regulares y pa jugo.
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Antes de abrir el local a las 7, los trabajadores y las trabajadoras tienen derecho al desayuno por cuenta de la empresa: un banano, un mamoncillo, una uchuva y media algarroba.
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Misiá Maruja se encarga de la caja y misiá Tola me ayuda con un proyecto de ley que voy a presentar en el Congreso contra la precarización del trabajo proletario.
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Cuando no esté ocupada en la caja -siguió Daví con la indución-, misiá Maruja puede ir despulpando guanábana y llevando los domicilios que queden cerquita.
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Las dos tienen que estar pendientes de que nadie se robe nada y vigilar que los clientes no se coman las uvas ni le metan el dedo a las papayas ni magullen los aguacates.
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Al medio día hay que cuadrar caja y una de las dos debe salir a consignar el producido y a mercar en el D1 lo que mi esposa pida, y la que se quede en el Fruver le ayuda a mis hijos con las tareas escolares.
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Finalizando la tarde hay que hacer inventario de lo que se necesita para el otro día y alguna me trae una ensalada de frutas hasta el Capitolio y me le pega una limpiada a la Toyota.
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Cierran el chuzo a las 9 p. m., hora en que comienza la noche en el trópico, y mientras barren, trapean y sacuden, cogen los plátanos podridos, los asan, les meten en el medio bocadillo y quesito y los venden en el Transmilenio cuando vayan para la casa, y les doy un 3 %.
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Daví, ¿y las prestaciones? -pregunté yo toda revolucha-. Cuentan con todas las prestaciones, tías: se les prestan las llaves del baño, el teléfono fijo… un banquito para que descansen 2 minutos descontables.
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Y si el presidente Petro convoca a güelga ¿nos podemos quedar en la casa haciendo destinos? -preguntó Tola-. No tías, ustedes no pueden faltar al trabajo porque son personal de confianza.
Pobre Gaza, pobre Humanidá…