Berrionditas, como decía no sé quién: ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema… hablemos mejor de la independencia de Colombia.
En ese tiempo el rey era Fernando VII, que era muy prudente y nunca venía por aquí, pues ya sabía de la burundanga y los “paseos millonarios”.
Aquí teníamos al virrey Amar y Borbón, que llegó a Santa Fe de Bogotá un lluvioso día de 1803 de gancho con su señora doña María Francisca de Villanova y Marco.
A diferencia de su marido que era un sesentón sordo y medio apelotardao, la virreina era dicharachera y programuda, que no se perdía verbena popular donde bailaba al son que le tocaran.
Muy pilosa pa los negocios, era dueña de la mayoría de los almacenes de la capital, que compraba por bicocas a comerciantes arruinados, y usaba su poderosa influencia marital pa poner y quitar funcionarios. Era pinchada y vestía súper.
El virrey no era muy trabajador que digamos y lo único que se recuerda de sus ocho años de gobierno fue que trajo la vacuna contra la viruela, hizo los primeros estudios del metro de Bogotá y siguió los diálogos esploratorios con el ELN.
Ese 20 de julio era viernes y era día de mercao en Santa Fe y la plaza estaba tuquia de pueblo: indios, negros, mestizos, mulatos, zambos… mejor dicho, como pa un concierto de Jorge Barón.
Ya los criollos (que así les decían porque eran de aquí, como la papa criolla) tenían el gusanito de la rebeldía que les había metido la Declaración de los Derechos del Hombre, publicada por Antonio Nariño.
Nariño estaba en la cárcel acusao precisamente de piratería editorial, pues imprimió el librito y lo distribuyó sin pagar los derechos de autor al autor de los Derechos.
Los criollos llevaban rato planeando armar un merequetengue y aprovechar el borbollón pa sacar al virrey de taquito, cansaos de la corrución del gobierno español.
Hasta que no aguantaron más y se rebotaron: ¡No más corrución española, queremos corrución criolla!, y estallaron el 20 de julio de 1810 con el Grito de Independencia.
Ve Tola, ¿y qué pasó ese día, vos que estuvites presente? No, pues, tan graciosa: llegó el humor.
Ese día los criollos comisionaron a uno de los suyos, Antonio Morales, pa que fuera a la cacharrería de don José González Llorente a pedir prestao un florero pa adornar una comida criolla.
Entonces el criollo Morales llegó a la miscelánea del chapetón Llorente y le dijo: Vea don Llorente, a ver si sumercé nos hace el catorce y nos presta un florero, a lo que Llorente respondió muy malaclase: ¡Yo no presto, yo vendo!
Morales que oye esto y montó en cólera y cogió un florero muy bonito que estaba en la vitrina y se lo estortilló en las patas a Llorente y le gritó: ¡Pitiyanqui!
Al ver su florero vuelto añicos don Llorente se enfureció pues era un florero muy valioso, importao: si hubiera sido de Ráquira a lo mejor ni hubiera habido independencia.
¡Me hace el favor señor Morales y me recoge ya mismo los pedazos y me los pega con pega loca! -esclamó don Llorente con las venas brotadas de la ira.
Inmediatamente el criollo Morales salió gritando por la calle: ¡Me están diciendo “loca”, los españoles dicen que los criollos somos una manada de locas y que nos van a dar por la retaguardia!
O sea Tola que la independencia se prendió con un chisme… Upa, nosotras hubiéramos sido unas heroínas.
Días después, mientras el virrey y su señora salían desterraos pa España, ella le comentó: Yo sí oí un grito, pero nunca pensé que fuera de independencia.
Ñapa: si fuéramos colonia de España seríamos campeones de Europa.
Gaza duele mucho.