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Gustavo Francisco -dijo Maruja con voz imperativa, como cuando se va a regañar un hijo y se le enfatizan los dos nombres-, tenga la bondá y nos esplica qué es esta cuenta de 40 euros en un burdel de Lisboa.
Petro no se achantó y contestó firme: fue un acto revolucionario, tías. ¿Cómo así? -inquirí yo-, ¿qué tiene de revolucionario un vagamundiadero? No nos crea caídas del zarzo, mijitico.
Si me sirven un tinto bien cerrero les cuento, tías -dijo Tavo con una serenidá de poeta que nos dejó friquis-. No señor, sumercé no puede tomar tanto café porque lo pone a babiar -le dijo Maruja secamente.
Yo me volé de los compromisos oficiales y me fui a caminar las calles de Lisboa -comenzó Petro mirando en lejanía como un bardo inspirao- y me topé con la Rúa Cuadrapichau.
Y había un bar llamado Ménage Strip dónde un cartel decía: Happy hour, y entré para aprovechar el precio y tomar una caipiriña. El local me pareció raro: a media luz, olor a ambientador y las meseras en bikini.
También me llamó la atención un pequeño escenario circular en el centro con una barra como de bus, y pensé: ve, debe ser para enseñarle a la gente a viajar en Transmilenio.
Llegó la mesera con su uniforme de trabajo y eso me puso nervioso pues tenía un cuerpo que ya se quisiera Verónica… mejor dicho, como se dice vulgarmente: el cuerpo del delito.
Mientras me tomaba la caipiriña salió una garota a bailar en la barra que yo creí de bus y que resultó ser de pole dance, haciendo unas piruetas haga de cuenta yo justificando el bombardeo de menores.
Embelesado viendo a la chica acompasar divinamente su cerebro con la pelvis no sentí cuando se me acercó un hombre y me dijo casi a quemarropa: ¿vocé precisa uma garota?
Yo le dije que sí, pensando en que podría convencer a esa chica de abandonar la triste vida de complacer capitalistas que no saben poemas ni tocan guitarra y les toca comprar el sexo.
El hombre le hizo señas con la boca a una muchacha y ella me cogió de la mano y me condujo entre la penumbra a su nido de amor, una cama también con una barra en el medio.
Ella se zafó el corpiño y yo la frené con un suave ademán: no vengo a poseerte sino a seducirte ideológicamente… quiero que combines la sexualidad con la cultura, eso se llama erotismo.
¿Vocé lo que pretende es que se lo dé gratis? -me dijo la garota volviéndose a vestir-. Oh, no -dije con voz sedosa-, quiero leerte para que
veas que te han convertido en una mercancía.
Saqué el libro de Marx que cargo cuando hago mis correrías nocturnas y le leí la parte donde el padre del materialismo histórico dice que el proletario lo único que tiene suyo es su cuerpo, su fuerza de trabajo.
Cuando el capitalista-esclavista-facho-nazi te paga por tu cuerpo, se queda con la plusvalía y así le da a tu anatomía: a tus pechos turgentes, a tus carnosos glúteos, a tus curvas sin frenos… un valor de mercancía.
Vocé habla muito bonito pero yo preciso meu pago -dijo la garota, quizá confundida por la codicia alienante que han sembrado en su mente los medios hegemónicos
sionistas.
Mira garota te leo esto tan interesante que dice Marx: todos los hombres son iguales… ¡No pues, valiente descubrimiento -ripostó ella-, eso lo sabemos las mujeres hace siglos: todos los hombres son igualitos… Y si no vea vocé!
Mor, usted mijito es pura paja -prosiguió la garota-… upa pues mi plata que yo no vine a oírle su carreta barata con la que enreda a mis compatriotas… se estrelló mi querido: soy colombiana.
Ay, Gaza.
