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En la ciencia ficción son comunes las historias con extraterrestres físicamente indistinguibles de los humanos. En algunas ocasiones, aprovechan su siniestra similitud con nosotros para infiltrarse en los gobiernos, la Iglesias, las universidades y los institutos científicos, de manera que puedan controlar los hilos del poder que les permitirán esclavizar o eliminar a los humanos.
Es también común que las series que utilizan este cliché sean leídas en clave de alegoría política. Por ejemplo, en los años 50, películas como La invasión de los ladrones de cuerpos eran interpretadas como una alegoría del comunismo soviético o como una alegoría del macartismo. En la serie V (1983), era claro que los alienígenas eran una alegoría de los nazis. Pero como la vida imita al arte más que el arte a la vida, las teorías conspirativas en la política imitan con precisión aterradora a la ciencia ficción.
Pongamos el ejemplo del marxismo en las mentes de la derecha global. Primero, se ha infiltrado en los gobiernos: a Santos, por ejemplo, lo acusaban de ser un agente de las FARC; a Biden de ser comunista; a Pedro Sánchez de ser un dictador socialista. Segundo, se ha infiltrado en la Iglesia: al papa Francisco no lo bajan de sucesor de Marx, o lo que es lo mismo para Milei, un agente del demonio en la Tierra. Tercero, se ha infiltrado en las universidades: están completamente dominadas por el marxismo. Cuarto, se ha infiltrado en la ciencia: las vacunas, el cambio climático, etc., son puro marxismo.
Pero fíjense en que Santos, Biden, Sánchez y el papa Francisco no usan barba, ni boinas, ni ninguna indumentaria remotamente marxista. Es más, se visten como figuras del establecimiento. Son físicamente indistinguibles de otros presidentes o papas. ¡Dios mío! Los agentes del comunismo han adoptado una táctica muy buena para que no los identifiquemos, igual que los extraterrestres.
Una variación de esta teoría conspirativa es el famoso marxismo cultural, que no es otra cosa que una actualización de la teoría nazi del bolchevismo cultural, i.e., la idea de que la cultura ha sido infiltrada por un grupo de bolcheviques malvados para destruir a Occidente. Esa teoría aparece en boca de mileístas, magazolanos, etc., de Ron Paul, del Instituto von Mises, Agustín Laje, Bolsonaro, Anders Breivik, los tíos whatsaperos, y algunos personajes notorios (aunque no notables) de la derecha colombiana.
Lo anterior no significa que todas las personas y grupos que cito arriba piensen igual. Mi tesis es, como ya lo dije, que la visión conspirativa sobre el marxismo es un ladrillo más de un puente que une a muchos derechistas, aunque tengan opiniones diferentes y a veces incompatibles entre sí.
Y el puente es más grande de lo que parece a simple vista.
El historiador Quinn Slobodian ha encontrado un largo y fuerte vínculo entre Thatcher, Le Pen, el libertarianismo, el neonazismo, la obsesión con la raza, Hayek, la antidemocracia y el AfD alemán. Por eso no es verosímil que Milei, Trump, etc., sean simples reformistas que quieren eliminar las regulaciones estatales. En esta historia hay una combinación de libre mercado con ideas xenofóbicas, de discursos libertarios con ideales antidemocráticos, y de populismo con aristocracia.
Pero no vaya usted a llamar a Mulder en el FBI. Es demasiado tarde. Ya están aquí, están entre nosotros y dominan los gobiernos. Incluso le han cambiado el título a mi columna y le han puesto un título conspirativo: ¡es la invasión de los ladrones de la democracia (y también de criptomonedas)!
