En el Gorgias, uno de los diálogos más bellos que escribió Platón, Sócrates explica que los más poderosos son muy dados a cometer las más graves injusticias. Si bajáramos al Hades, el más allá de los griegos antiguos, veríamos que está lleno de reyes y príncipes cuyas almas se ven “cruzadas de azotes y llenas de cicatrices por efecto de los perjurios y la injusticia”.
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La causa de que las almas de los poderosos estén tan dañadas le parece clara al filósofo: nos dice que “a causa de su poder, cometen los delitos más graves e impíos”. Los ciudadanos privados, en cambio, tienen una mucho menor capacidad de hacer el mal, porque no controlan ejércitos, ni las leyes, ni nada que permita hacer daños gigantescos a los demás.
Pero no es solo el poder. La desigualdad también provoca que los príncipes del mundo cometan tantas y tan graves injusticias.
Nietzsche decía que cuando nos separa una gran distancia del otro (como en el caso del rey y el esclavo, o el hombre y el mosquito), tenemos menos reparos a la hora de maltratar o asesinarlo. Para un amo del universo, la muerte de un hombre harapiento se siente como la de un insecto molesto. No concibe que cometa una gran injusticia al condenarlo, o quitarle algo.
Henry Kissinger, por ejemplo, fue responsable de una larguísima lista de terribles crímenes en Argentina, Bangladesh, Camboya, Timor del Este, Chile, Vietnam, entre otros. Lo hizo porque tuvo un gran poder, pero también porque la desigualdad entre él y sus enemigos se lo permitió. Ese hombre ordenó bombardeos, masacres y golpes de Estado con la misma parsimonia con la que un rey antiguo ordenaba la muerte de un esclavo. En ningún momento pareció consciente de su injusticia, pues la distancia que lo separaba de sus víctimas era demasiado grande.
De haber un Hades, seguro llegó con su alma lacerada por todas las injusticias que cometió.
Lo peor es que sus acciones no son justificables de acuerdo con la lógica maquiavélica que Kissinger supuestamente defendió. Por ejemplo, los bombardeos en Camboya, en opinión de algunos expertos que hicieron un estudio estadístico del hecho, fueron contraproducentes. Kissinger fue injusto, y ni siquiera tiene una buena excusa para haberlo sido.
En todo caso, el Hades no tiene por qué llenarse de reyes, príncipes y secretarios de Estado por los siglos de los siglos. La inmensa desigualdad en el poder y el dinero es lo que permite que sean tan crueles con la conciencia tranquila. Un mundo más igualitario es uno en el que el otro deja de ser un insecto molesto y se vuelve por necesidad un ser humano. Sin inmensas desigualdades, es mucho más difícil cometer los delitos más graves e impíos.
Nietzsche, a pesar de sus simpatías por las jerarquías, reconocía el vínculo entre la igualdad y la justicia. Con los iguales pactamos, es decir, hay compensación y contracambio. Nos reconocemos mutuamente. Por el contrario, a los que son mosquitos desde nuestra perspectiva de poderosos, podemos imponerles cualquier cosa, incluso la muerte y la esclavitud, como lo hicieron los poderosos atenienses a los débiles melios, de acuerdo con Tucídides.
Donde hay amos del universo, donde hay desigualdad radical entre el poder de unos y otros, no esperemos otra cosa que injusticia.