Cada tanto tiempo se debate en las redes sociales la cuestión de qué es la clase media real. La buscamos en los salarios y en los patrimonios, pero nunca llegamos a un acuerdo final de lo que significa. En parte, porque es un asunto político, siempre disputado. También creo que se debe a que nuestra idea de la clase media no se halla en las distribuciones de ingresos.
Existe la posibilidad de que la anterior se encuentre en un lugar inesperado: la ficción. En ese mundo imaginario hallamos algo más cercano a nuestra idea de clase media que la que nos muestran las agencias de estadística y los políticos. Para comprender más este tema, no hay mejor camino que el de la misma ficción: recurramos a Blade Runner (1982).
En la película mencionada arriba, la corporación Tyrell fabricaba unos androides conocidos como “replicantes” que resultaban indistinguibles de los humanos. El lema de la corporación, de hecho, era que hacía replicantes “más humanos que los humanos”. Esto quiere decir que su copia humanoide representaba mejor nuestra idea de lo que es un humano que un humano.
Algo parecido sucede hoy. En las series de televisión que vimos hace décadas, como Los Simpsons, Los años maravillosos y Alf, nos mostraban una imitación de la clase media, así como el replicante era una imitación de los humanos. Sin embargo, Hollywood (y los productores colombianos que seguían su modelo en Padres e hijos, etc.) podría decir que ha hecho “una clase media más clase media que la clase media”. Su copia representa mejor nuestra idea de la clase media que la clase que pretende imitar.
¿Cómo es esto posible?
El protagonista de Blade Runner, Deckard, logra demostrar que una mujer es una replicante al mencionarle todos los recuerdos de infancia que ella consideraba personales y secretos. Deckard los conocía porque pertenecían a la sobrina del dueño de Tyrell. Los recuerdos más íntimos de la replicante le fueron implantados. En verdad eran de otro individuo. Esta situación es similar a la nuestra: solemos creer que nuestros deseos e ideales son propios, pero en realidad son de Otro. Han sido implantados en nosotros a través de la publicidad, las series de televisión y la literatura.
La copia hollywoodense de la clase media fue implantada en nuestras mentes como el ideal de la clase media: casa propia, carro para ir a todas partes, familia nuclear, consumo en centros comerciales. Y no solo entre nosotros: también en Estados Unidos se ha vuelto el deber ser, incluso un mandato divino. La ficción de la cultura popular es hoy un ideal, un objeto de deseo: el sueño americano.
¿Será posible deshacernos de los implantes? ¿Vivir auténticamente?
Hay una tentación latinoamericana de buscar deseos e ideales propios, “nuestros”, no implantados. Pero si algo nos enseñó René Girard es que esto es un error. Los seres humanos somos imitativos, miméticos, replicantes. No hay escapatoria. De acuerdo con la lectura del director de Blade Runner, incluso el protagonista de la historia era un replicante sin saberlo. Quizá todos somos como él: replicantes del deseo del Otro hasta cuando creemos ser más nosotros mismos.
Habrá que seguir buscando en los salarios y en los patrimonios, pero no podemos olvidar que la ficción estructura nuestra percepción de la realidad más que la realidad. O, para ir más lejos, no hay realidad sin ficción.