Vivimos en un mundo terrible: las fantasías eróticas y narcisistas de Trump son de la incumbencia de la humanidad entera.
Quiero explicarles en qué consisten.
En una famosa conferencia, titulada El escritor y la fantasía, Freud nos explica que la mayoría de las personas han experimentado el placer de fantasear. La fantasía consiste en cumplir un deseo en nuestras cabezas, normalmente corrigiendo aspectos de la realidad que nos desagradan. Piense usted cuántas veces ha fantaseado en el transporte público, o en la soledad de su cama, con una vida maravillosa que no tiene, o con vengarse de quienes le han hecho daño.
Los deseos de la fantasía pueden ser de dos tipos: ambiciosos y/o eróticos. En el primero soñamos que tenemos una importancia desmesurada; en el segundo cumplimos nuestros deseos sexuales insatisfechos.
Pongamos un ejemplo en el que se combinan ambos. Un universitario tiene una cita con una mujer que le gusta. La noche anterior no consigue conciliar el sueño. Imagina que seducirá a la mujer con facilidad y tendrán ambos un intenso placer sexual, demostrando así que el chico es el gran macho irresistible. Semanas después, el padre de la chica lo conocerá y, descubriendo el gran talento que el jovencito tiene, lo incluirá en el negocio familiar, volviéndolo millonario.
Estas fantasías diurnas por lo general nos avergüenzan, por lo que las escondemos de otras personas. Normalmente solo las comunicamos a los otros en una versión mucho más modesta, o transformadas por las maravillas del arte.
Excepto en política.
Veamos el caso de Trump. Su apuesta se basa con claridad en los dos tipos de deseos señalados por Freud. Por un lado, pone a los estadounidenses a fantasear con ser los amos indisputados del mundo. America First. Es la fiebre narcisista convertida en programa político.
Este sueño no es inocente, pues incluye vengarse truculentamente de los enemigos de la patria. En la horrible (de verdad, es repugnante) película Borat 2, el protagonista va a un mitin de Trump y empieza a cantar un verso que dice que a los demócratas habría que descuartizarlos como lo hacen los saudíes con sus enemigos, obteniendo un gran aplauso del público.
Estas fantasías de venganza no avergüenzan al trumpismo, de hecho, quiere hacerlas realidad. Los migrantes encarcelados en Guantánamo son un ejemplo. Recuérdese que el trumpismo fantaseó con migrantes que comían perros y gatos, que asaltaban ciudades, etc., por lo que expulsarlos, encarcelarlos y humillarlos es apenas natural.
Lo anterior también está conectado con el deseo erótico de la fantasía trumpista: los inmigrantes, minorías raciales, etc., son culpables de la disminución del poder, la importancia y la potencia de los blancos. Por ejemplo, los latinos y negros acceden a cargos por medio de políticas inclusivas, mientras a los hombres blancos se los deja de lado. Y el trumpismo lleva años fantaseando con eliminar esas políticas, corrigiendo lo que percibe como una desagradable realidad.
El hombre blanco ya no es la figura temida y respetada de antaño. En el fondo se siente impotente, débil, triste. Por eso, el trumpista blanco apela constantemente a una hipermasculinidad como forma de compensar su propio sentimiento de humillación. Y Trump se presenta en su propia fantasía como la persona que recuperará la virilidad perdida de los hombres. De hecho, él mismo es para sus seguidores la hipermasculinidad anhelada: no tiene músculos, pero sí ha tenido muchas, muchísimas mujeres. Cada escándalo sexual nuevo hace que lo admiren más.
La promesa erótica de Trump, en otras palabras, es que los hombres blancos volverán a tener el falo.
¿Y cómo podremos contrarrestar esas fantasías?