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Los ultraprocesados usan tu deseo contra ti

Tomás Molina

24 de mayo de 2025 - 12:05 a. m.
“Las papas dan suficiente placer como para seguir adelante en su consumo, pero nunca suficiente satisfacción para parar”: Tomás Molina
Foto: Getty Images - Irina Marwan

En su libro Pensar/Comer (Herder), la filósofa chilena Valeria Campos nos invita a plantearnos preguntas filosóficas alrededor de la alimentación y, al hacerlo, caigo en cuenta de que necesitamos la filosofía para comprender bien a los ultraprocesados. Por ejemplo, a menudo escuchamos que estos son adictivos por los ingredientes que contienen (glutamato monosódico, azúcar, grasas, etc.). Si uno los piensa filosóficamente, sin embargo, se da cuenta de que nos vuelven adictos por darnos una insatisfacción satisfactoria.

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Echémosle una mirada, por ejemplo, al viejo lema de Pringles: cuando haces pop, no hay stop”, i.e., uno no puede comerse solo una papa, tiene que consumirlas todas. Ahí está su clave: lo que vuelve más adictivas a las Pringles es que uno nunca llega a la satisfacción esperada. Esas papas le dan a uno suficiente placer como para seguir adelante en su consumo, pero nunca suficiente satisfacción como para parar de comerlas.

El goce de las Pringles es el de una insatisfacción satisfactoria.

¿Qué quiero decir con esto?

Como bien lo vieron Nietzsche y Freud, no conseguir lo que queremos, no llegar al clímax, e incluso renunciar a algo, son todas cosas que logran resultar perversamente satisfactorias. Por ejemplo, la renuncia del placer se puede convertir en el placer de la renuncia. El coitus reservatus se puede convertir en un goce, como en el caso de los místicos daoístas (estos lo llaman huanjing bunao).

Si a uno lo quieren volver adicto a algo, lo mejor es que haya una barrera, fantaseada o real, que impida la consecución plena de ese algo. De ese modo uno puede satisfacerse perversamente con la insatisfacción. (¿Gozaría el ludópata igual si ganara todas las apuestas, si no existiera el riesgo, i.e., la barrera que le impide triunfar siempre?).

Ahí reside el truco de los ultraprocesados. Al comerlos, uno puede experimentar un gran placer, sin duda, pues su nivel de azúcar y grasas ha sido diseñado en un laboratorio para estimular al máximo nuestros cerebros. Sin embargo, lo que los caracteriza, paradójicamente, es la renuncia a una satisfacción real. Si son adictivos es justo porque uno nunca obtiene de ellos la satisfacción que quiere (o cree querer).

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El capitalismo ha dado de manera involuntaria con una solución al problema de las adicciones que nos causan los ultraprocesados: una droga llamada Ozempic. Para quienes no la conocen, es una supresora del apetito que contribuye a la pérdida de peso. Uno de sus efectos es que los alimentos ultraprocesados, como los doritos, las gaseosas y los embutidos, dejan de ser atractivos. De hecho, esos productos les parecen repulsivos a los pacientes. Los naturales, en cambio, como las verduras y las frutas, les resultan maravillosos.

Quienes toman Ozempic han ganado en libertad: son capaces de hacerles el quite a las insatisfacciones satisfactorias de la comida ultraprocesada. Eso me alegra profundamente, aunque las compañías ya están buscando reformular sus alimentos para recuperar los adictos perdidos.

No me hago ilusiones sobre el resto de cosas: el capitalismo todavía no se ha inventado una droga que nos haga menos adictos al consumo o al trabajo, i.e., que haga repulsivas sus insatisfacciones satisfactorias. (El lema de algunas empresas debería ser “cuando abro el correo, no hay stop).

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Espero no haberle arruinado su consumo de papas fritas. Sé muy bien todo lo que nos hacen falta esas insatisfacciones satisfactorias para soportar al mismo capitalismo.

Por Tomás Molina

Politólogo, doctor en Filosofía y profesor.platom___
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