El príncipe de Maquiavelo sido muy criticado desde su publicación en el siglo XVI. Esto se debe a que el pensador florentino se apartaba radicalmente de la moral convencional en sus lecciones políticas. En vez de aconsejar a los reyes la benevolencia, la templanza o la sabiduría, les explicaba cómo conservar su poder mediante instrumentos execrables: aquí el veneno, allá la mentira, más allá el fraude.
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El problema de algunos políticos, según Maquiavelo, no es que utilicen medios inmorales, sino que los utilizan mal. El problema no es la mentira sino la mentira que no es políticamente efectiva. El problema no es la crueldad sino la crueldad mal usada. El problema, en fin, no es el fraude, sino el fraude que daña al Estado.
Pero no nos apresuremos a condenar al pensador italiano.
En El contrato social, Rousseau nos dice que, pretendiendo dar lecciones a los reyes, Maquiavelo ilustró a la gente común. Esto nos ofrece una perspectiva muy diferente de lo que acabamos de explicar. Si es verdad lo que dice Rousseau, el florentino no está enseñándoles a los príncipes cómo usar las tácticas más bajas y efectivas, sino que nos está ilustrando a los ciudadanos en la operación de la política real.
Si seguimos a Maquiavelo, descubrimos que la política funciona de modo contrario a nuestros principios morales: allí la injusticia sirve a la justicia, la maldad al bien, el egoísmo al bien común. Pero no es que el florentino quiera una sociedad sin moral alguna. Al contrario, desea una sociedad estable donde la justicia pueda florecer. Solo que eso se consigue por medios inmorales. De hecho, para concluir la inversión, Maquiavelo sugiere que una política basada en estándares morales altísimos e inflexibles terminará en los más grandes horrores. ¿Qué son millones de muertos cuando se trata de crear la utopía?
El propósito del filósofo al ilustrar a los ciudadanos no es la usual condena moral de los políticos ni la propuesta de una política alternativa hecha de acuerdo con la ley moral. En otras palabras, Maquiavelo no era un indignado más ni un Fajardo enamorado de su virtud. El italiano, según lo veo, quería ilustrar al pueblo para que se vuelva más hábil en la defensa de sus intereses, para que sepa cómo maquinan las élites sus abusos y para que pueda contrarrestarlos de una manera realista.
El florentino estaba convencido de que los poderosos oprimen al pueblo siempre que pueden. Solo respetan a la gente común cuando son obligados. Los derechos y las libertades de los plebeyos solo están garantizados cuando tienen la habilidad política para limitar la arrogancia y los abusos de los más ricos y poderosos. En la antigua Roma, por ejemplo, los plebeyos crearon la institución del “tribuno” para coartar la insolencia de los aristócratas, con la consecuente garantía de su libertad. Pero algo así solo es posible si uno conoce el funcionamiento de la política real.
Quienes tenemos reservas filosóficas y morales frente a las propuestas de Maquiavelo no podemos dejar de leerlo. Mucho de lo que explica sigue siendo válido y nos ayuda a comprender el funcionamiento de una parte de la política. E incluso si rechazamos por completo los consejos del florentino, ¿cómo contrarrestar a los maquiavélicos si no sabemos cómo piensan?
Maquiavelo, al final, es un maestro inevitable.