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«Todos los petristas son vagos, feos y brutos. Nunca he conocido uno al que le guste trabajar, que sea echado pa’ lante como nosotros. Todo lo quieren regalado. Por gente así este país no avanza. Yo por eso no contrato petristas, ni a nadie de universidad pública, pues al fin y al cabo son la misma vaina. La izquierda no hace sino arruinar países, mijo».
«¿Usted sabe de algún país de izquierda que se haya desarrollado? No sabe porque no existe. Solo la derecha sabe de desarrollo. —¿Ya viene el postre?—. Por eso le hicieron la vida imposible a Uribe con sus marchas. Es el mejor presidente y no lo aceptan. La izquierda nos quiere mantener pobres porque con eso nos hace dependientes de sus subsidios. Además, el doctor Cárdenas dijo que ahora hay millones de contratistas que no hacen nada, excepto propaganda a Petro».
«La empresa privada es libertad, por eso quieren acabarla. Mijo, usted no habrá votado por Petro, ¿no? Mijo, esté atento porque en la universidad los profesores van a intentar lavarle el cerebro con el cuento del socialismo. —Se les olvidó el cafecito—. Esa gente ya no sabe qué inventarse para defender una ideología fallida. Nada más vea cómo quedó Venezuela. ¿Usted desea eso para su país? La izquierda es odio, por eso todo lo quiere destruir».
El discurso anterior ha sido pronunciado en incontables almuerzos familiares. Es un ejemplo ideal de lo que en psicología política se llama “narcisismo colectivo”: una creencia defensiva, fantasiosa y delirante en la superioridad del propio grupo.
Es difícil quitarse de encima prejuicios narcisistas como los que aparecen en el discurso. Para el grupo que los comparte son una verdad autoevidente. Uno es tonto si pretende someterlos a la duda. Las cosas son así y punto. Que el izquierdista hoy es bruto resulta tan autoevidente como que el liberal era diabólico en época de Laureano Gómez.
Supongamos, empero, que uno decide dudar de ellos. Se encontraría uno con que el grupo propio lo mira con horror, pues estaría poniendo en peligro las dulces satisfacciones del narcisismo colectivo. No puede ser que el orco demoníaco que han proyectado en el izquierdista sea en realidad un ser humano como cualquier otro. La misma cohesión del grupo depende de la creencia en que el otro es un malvado. Los vínculos internos del grupo, en otras palabras, se mantienen a partir de la hostilidad hacia los “enemigos”.
Bajo el hechizo del narcisismo colectivo, todo el odio reprimido del grupo queda proyectado en el Otro, de manera que es fácil imaginar que quiere asesinarlo o robarlo a uno sin dilaciones. En consecuencia, las palabras y acciones del Otro son interpretadas desde la mayor malevolencia posible. El Otro carece de toda virtud, y nos resulta repugnante. Por eso Agustín Laje dice que los izquierdistas no son conciudadanos sino enemigos. Milei no solo coincide sino que añade otro placer narcisista: el decirse que él y los suyos son superiores en todo. Y el señor del discurso inicial estaría de acuerdo con ambos.
En el fondo, los odios surgen al disputarnos los bienes materiales y simbólicos, pero la cuestión del narcisismo colectivo de todas maneras hay que tratarla porque los multiplica.
No tienes razón: te engañé en el título. Abandona tus satisfacciones narcisistas.
