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Usted es víctima de la propaganda política. Yo también. No hay nadie que no “comprenda” algún asunto por medio de eslóganes, estereotipos, explicaciones, etc., que se han inventado en departamentos de inteligencia, agencias publicitarias o partidos políticos.
Contrario a lo que muchos creen, la propaganda no consiste simplemente en la defensa de ideas o políticas de tal o cual partido (esto se puede hacer racionalmente y de manera honesta), sino en una serie de técnicas manipulativas para producir efectos emocionales en la audiencia.
Una táctica clásica de la propaganda son los estereotipos. Con esto me refiero a ideas que sobresimplifican y distorsionan la realidad para servir intereses políticos. Por ejemplo, la propaganda de Trump estereotipa a todos los inmigrantes como criminales sedientos de sangre, con lo cual sobresimplifica y distorsiona para ganar adeptos.
El estereotipo de “castrochavismo” consiste en sobresimplificar a toda la izquierda democrática, subsumiéndola con el chavismo. De tal modo, izquierda es igual a venezolanización. “Izquierda empobrecedora”, “izquierda destructora”, etc., son estereotipos de la misma constelación propagandística.
Si uno repite esos estereotipos a menudo, si uno “comprende” el mundo a partir de ellos, ha interiorizado uno la propaganda. En ese caso, los estereotipos le parecen a uno realidades incuestionables, y se molesta mucho cuando alguien trata de cuestionarlos.
Los estereotipos se usan mucho para azuzar odios. Por ejemplo, la propaganda de Israel deshumaniza a los palestinos, presentándolos como mentirosos y terroristas; la propaganda republicana presenta a los demócratas como dementes que quieren destruir a Estados Unidos; y la propaganda británica de la Primera Guerra Mundial mostraba a los alemanes como invasores similares a los hunos.
La propaganda es una parte inevitable de la política moderna. Todos los partidos y tendencias la utilizan. Por eso, como decía al principio, nadie escapa de la propaganda patriótica, de clase, de partido, etc. Pero en las democracias uno esperaría que los ciudadanos adquieran un cierto nivel de pensamiento crítico que les permita desmontar algo de la propaganda que se les trata de inculcar.
Esto, sin embargo, sucede mucho menos de lo que uno quisiera. En parte, mi molestia con la tecnocracia visible de derecha es que se trata de gente muy educada, o que por lo menos tiene títulos académicos, pero que no es capaz de tomar distancia crítica de los estereotipos de su campo político. Y no creo que sea cínica: de verdad se los ha creído. Tampoco es capaz de desmontar la propaganda de la izquierda, pues sus habilidades de pensamiento crítico son muy malas.
Lo mismo pasa con algunos periodistas famosos. No quiero ser injusto con la profesión. Colombia es un lugar muy peligroso para hacer periodismo honesto. La vasta mayoría de los periodistas no merecen el calificativo de propagandistas. Pero es innegable que algunos nombres conocidos lo son. Solo vea usted lo que dicen: su visión de mundo está basada en burdos estereotipos, eslóganes, etc., a favor de unos intereses concretos.
Resulta clave que los colombianos tengamos un sistema de medios más sano, una tecnocracia más crítica y, sobre todo, que los ciudadanos adquiramos mejores habilidades en pensamiento crítico. Para lo último la filosofía es clave. De pronto por eso la detestan tanto en ciertos círculos adictos a la propaganda.
