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Ellington aristocrático

Tulio Elí Chinchilla

01 de diciembre de 2011 - 06:00 p. m.

El calificativo "duke" que precede al apellido Ellington subraya en este artista su refinamiento en distintos planos de la vida.

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Tanto en lo mundano (la buena mesa, el buen vino), como en lo intelectual: la elaborada configuración de sus concepciones y expresiones y, sobre todo, la fina exquisitez al componer primorosas piezas de jazz, ejecutarlas al piano y arreglarlas para la big band que lo acompañaba.

Cuando hace cuarenta años, un veintinueve de noviembre, Ellington actuó en Bogotá, cierta hosquedad hacia la prensa de farándula lo hizo ver un poco antipático. Algo natural en quien ya en 1968 había consignado en su diario: “Tan pronto arribamos al hotel nos están esperando los periodistas. Son las nueve y media de la mañana y no hemos dormido. Por fortuna, las preguntas no abruman severamente mi capital intelectual” (citado por El Malpensante, Nº 104, diciembre-enero de 2010).

En sus memorias —ingeniosa pieza literaria titulada La música es mi amante— recuerda el consejo de su maestra de la escuela segregada: la pertenencia a una minoría étnico-cultural desventajada hace imperativo ser el mejor, el más elegante, el más culto, el “mejor hablado”, el más disciplinado. ‘Duke’ Ellington actuó como si su ancestro africano, unido a su propia valía, le otorgaran el derecho a aspirar a lo mejor, a llevar la más “noble existencia”, como dijera Goethe. Mostró que la palabra “raza”, aplicada a humanos, debería ser desterrada del lenguaje civilizado.

En época de bárbaras discriminaciones la música le abrió la puerta ancha para habitar en un mundo superior: las universidades de Howard y de Yale le otorgaron el Doctorado Honoris Causa; su pieza litúrgica In the beginning of God fue interpretada en la catedral de San Francisco; recibió la Medalla Presidencial; lo nombraron miembro de la Academia de Música de Estocolmo; y su imagen aparece hoy en la moneda estadounidense. Piezas de profunda intensidad tales como Solitude, The mooche, caravan, Mood indigo, Sophisticated lady, Latinoamerican suite, Melancolía y Reflection in D lo hacen merecedor de esto y de mucho más.

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Ellington siempre habría de recordar la grata experiencia de su inicial formación musical: en aquellos legendarios cafés abundaba la camaradería solidaria entre músicos académicos y empíricos, se admiraban mutuamente y se aportaban a la hora de tocar, componer o arreglar una melodía. Luego, en sus selectas orquestas, exigiría a sus músicos una impecable lectura de arduas partituras, pero les prohibiría leerlas en la ejecución, a fin de no perder intensidad en la interpretación.

Es proverbial su descreimiento en lo que, según sus memorias, llamó ‘categorías’, para referirse a muletillas sociales con las que creemos superar nuestra limitación estética. La categoría viene a ser “un gran cañón de ecos”, porque “alguien pronuncia una obscenidad y de pronto la oyes un millón de veces repetida”. Pero también sentenció: “Si la música suena bien es buena música y si no suena bien es de la otra”. El Duque pertenece a la única aristocracia a la que vale la pena aspirar: aristócrata del universo.

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