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Aunque históricamente el nacimiento de Jesús debió suceder en un abril, los cristianos del siglo IV sabiamente lo hicieron coincidir con la fecha de la festividad pagana en homenaje a Saturno (Saturnalia).
Ésta, al igual que el credo cristiano primigenio, exaltaba el amor, la paz, el perdón, la generosidad, la reconciliación fraternal y la dignidad de los oprimidos.
Aquellos primeros Padres de la Iglesia descubrieron la secreta clave que identifica el mensaje profundo de la Natividad con la celebración romana que rememoraba la mítica Edad de Oro: el reinado de Saturno, cuando los humanos se tornaron bondadosos, pacíficos, y liberándose de las angustias del trabajo vivieron cantando y bailando. No ignoraron el hecho de que, según la tradición, en aquellos días aledaños al veinticinco de diciembre debían cesar tanto la guerra como los negocios, los esclavos se liberaban de sus cargas y los amos debían servirles, se intercambiaban bondadosamente regalos.
Al cuadro anterior se agregó la imagen desconcertante pero impactante de un Dios todopoderoso, trasmutado ahora en niño de humilde condición social. Una radical subversión de valores que reaparece luego en el Jesús rodeado de iletrados, amigo de meretrices, defensor de pecadores y víctimas de la lapidación pública, apologeta de perseguidos, detractor de toda estigmatización, amoroso y compasivo hacia el delincuente (aunque anatematizador del crimen), crítico de la riqueza egoísta.
En estos dos mil años “nuestra sentimentalidad” —diría Rorty— ha sido trabajada, aunque sólo parcialmente, con el cincel de esos postulados. Tal vez allí resida el progreso moral que, aunque modesto, hace meritoria a la Civilización Occidental como proyecto de humanización. Hay quienes aventuran que ciertos postulados e instituciones del Estado social no son más que una fórmula refinada y laica de tal sentimiento cristiano, dado que en ese modelo la autoridad se legitima por su capacidad de intervenir las relaciones sociales a favor de los débiles.
Es el mismo mensaje revivido luego por De las Casas, Francisco de Vitoria y Francisco de Suárez cuando afirmaron la humanidad y dignidad de los indios para protegerlos de la opresión, gracias a la coraza de los derechos naturales. Y que pudo haber inspirado la legislación social de Indias sobre la dignificación del trabajo de indígenas y esclavos.
Llamativa coincidencia del mandato cristiano con el ideal ético formulado por un brillante agnóstico como Bertrand Russell: “una vida impulsada sólo por el amor y guiada por el conocimiento”. Ideal que todavía está muy lejos de moldear nuestras actitudes colectivas y nuestra organización social, pero que cierto sentir religioso podría ayudar a afianzarlo mejor.
Más allá de cascarones vacíos detrás de los cuales no encontramos nada —“¡feliz navidad!”—, vivir la Natividad con su originario significado pagano y cristiano invita a aceptar la superioridad de la benevolencia sobre el odio y la crueldad, del perdón sobre la venganza implacable, de la solidaridad sobre el instinto posesivo, de la humildad sobre la soberbia.
