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Hoy la música es impensable sin la fonografía; sin un trabajo grabado el músico actual está condenado a la irrelevancia.
Medellín fue la meca del despegue y consolidación de nuestra industria sonora; Antioquia la dio a luz y en esta tierra logró su edad dorada entre los años cuarenta y setenta. Artistas de la más excelsa calidad, propios y extranjeros, grabaron aquí temas que luego adquirirían resonancia nacional e internacional en todos los géneros.
El musicólogo Hernán Restrepo Duque nos legó la más completa colección de discos y cintas magnetofónicas de que disponemos en esta región y tal vez en el país: más de 55 mil productos musicales, vertidos en diferentes formatos tradicionales, especialmente en discos de 78 revoluciones. Después de su deceso (1991) la Gobernación de Antioquia adquirió este rico material con el propósito de convertirlo en un patrimonio cultural regional bajo la denominación de Fonoteca de Antioquia, como fuente documental de investigación para músicos, musicólogos, historiadores, compositores, etnomusicólogos, docentes y melómanos inquietos por la música de Latinoamérica y el Caribe.
Alberga esta colección disquera joyas insospechadas, verdaderos incunables sonoros, grabaciones únicas de imposible consecución en el mercado, melodías que jamás volveríamos a escuchar, versiones difícilmente adquiribles (ni siquiera en anticuarias). En ella podemos acceder a documentos raros o extraviados: los primeros bambucos, tangos y boleros grabados, la riqueza exuberante de la música tropical de mediados del siglo pasado, los inicios salseros y los primeros intentos roqueros colombianos. También registra muestras inéditas de música campesina y popular urbana paisa —raíz mediata de la que hoy enaltece a Juanes internacional—, grabadas en vivo y en su ambiente natural.
Durante el año 2011 el Grupo de Valores Musicales Regionales de la Universidad de Antioquia adelantó una primera fase de catalogación de unos treinta y cinco mil archivos musicales de tal colección. Queda mucho por hacer: concluir la indexación y catalogación, asegurar la conservación física del material y trasvasarlo a formato digital, adecuar cabinas para consultantes, subir parte de esta información a internet, lo cual requiere darle continuidad al trabajo iniciado. Esta riqueza cultural puede perderse y lo invertido en ella evaporarse si no se renuevan los convenios que lo viabilizan y se incluye dicho programa en el plan de desarrollo del departamento. El sólo deterioro físico amenaza con inutilizar los documentos sonoros, amén de que sin un buen catálogo que facilite la consulta toda información deviene en basura.
Hoy, cuando los medios de almacenamiento sonoro y los canales de difusión de fonografías han mutado a formas increíbles, se impone recuperar para la posteridad estos documentos valiosos. Podemos soñar con una gran fonoteca, museo o archivo histórico del arte musical del siglo XX en Colombia, Latinoamérica y el Caribe. La labor de los coleccionistas privados puede ser completada por entidades públicas, como contribución a la memoria cultural de un pueblo.
