A los maestros

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Valentina Coccia
16 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
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Queridos maestros de todo el país. A los que enseñan en altas instituciones, en colegios del distrito, en pequeñas escuelas perdidas en la bruma de la selva, en las plazas de los pueblos, donde niños con todos los rostros, con lágrimas propias y con alegrías silenciosas, se reúnen alrededor de ustedes para escuchar las expresiones de sus caras, para oír con atención sus miradas amorosas, para ver su pasión en cada paso que dan alrededor del salón de clases o de cualquier refugio donde tenga cabida la enseñanza. Esta carta va dirigida a ustedes, pidiéndoles encarecidamente que la batalla por la educación y por el verbo de los niños que llevan guardado en la punta de la boca, no termine estancada en concesiones mediocres o en recóndito conformismo, pero también para recordarles la belleza de su profesión, invitándolos con estas pocas palabras, a que no se rindan en su lucha.

Quisiera recordarles como alumna y maestra que he sido, que la buena educación no es una escaramuza que se libra en pocas horas, sino se trata, justamente, de un trabajo constante que brota de cada alumno, de cada niño que con los años se va transformando en un árbol anciano que crece hasta los cielos, alcanzando las alturas más inmensas y las visiones más completas del mundo.

Quisiera recordarles que su hermosa profesión contiene en sí misma todas las dimensiones del tiempo. Año tras año llegan alumnos nuevos a las aulas de clases. Cada uno, con sonrisa tierna, con dolor interno, con lágrimas silenciosas, o con inexplicable alegría, llega a presentarse ante ustedes como un abanico de posibilidades que se abre hacia el futuro. La enseñanza, el aprendizaje que ellos absorben de ustedes no germina en referencias externas, en aprender cálculo, inglés o español, en saberse las tablas de multiplicar o en aprender a comprender prácticamente los textos que ustedes les ponen frente a los ojos. El aprendizaje que estos niños vienen a emprender en su salón de clases es el conocimiento de sí mismos, de sus gustos clandestinos, de sus pasiones latentes, de sus capacidades desconocidas. Y no solo eso: esos niños acuden a ustedes para que los acompañen, mano a mano, a desarrollar esos secretos que guardaban dentro de sí para poder decidir en un futuro, con altivez y tenacidad, quiénes quieren ser y cómo van a lograrlo.

Queridos maestros, todos los días, en esa dura rutina de preparar clase, de corregir montañas de exámenes, de subir las escaleras de la institución cargados de documentos, libros y cuadernos, recuerden siempre poner un espejo frente a sus niños, que más que conocimiento, esperan de ustedes el impulso para observarse a sí mismos y creer diariamente en lo que ven. No saber quiénes somos, no descubrir aquello que llevamos dentro, es la condena más cruel. Creer que estamos definidos por nuestro entorno, por el lugar donde hemos nacido, por la pobreza que nos circunda o la abundancia que nos arrebata la libertad, es encontrar un límite a nuestro desarrollo personal y, a su vez, en términos más elocuentes, es condenar a la humanidad entera a que el tiempo se estanque, a que día a día las injusticias se asienten como las aguas apacibles de un lago, sin alcanzar nunca el ímpetu de un mar embravecido, o la audacia de un río que con su ciego correr arrasa con todo a su paso.

Luchemos cada día por una enseñanza que no sea limitante, por una enseñanza dirigida hacia el autodescubrimiento, pues esa búsqueda interna será la que impulsará a esos niños y jóvenes que nos visitan año tras año, no solo a emprender una misión de cambio en lo que a ellos mismos concierne, sino que también los animará para ejercer esa transformación por doquier una vez que abandonen el amparo de las aulas de clase.

Queridos maestros, no abandonen nunca la lucha, con o sin paro nacional. La educación es una batalla que se libra cada día, y los docentes, como sembradores, esparcimos semillas al campo abierto para verlas germinar como viejos árboles en reposo. Mientras las ramas van creciendo, mientras nuestros alumnos en distintos lugares se convierten en grandes médicos, artistas, escritores, abogados, ingenieros, o cuando han emprendido un camino propio, sea el que sea, nosotros oiremos sus ecos de triunfo desde la distancia, y silenciosamente nos alegraremos de corazón mientras seguimos trabajando como los guardianes de ese gran bosque, que poco a poco, con la constancia propia de la vida cotidiana, va floreciendo en nuestras salones de clase.

@valentinacocci4  valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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