Generalmente, en funerales y entierros los encargados de decir las palabras sobre el difunto conmemoran la serie de acontecimientos que marcaron la vida de esa persona, recordando que fue buen empresario o empleado, buen padre o madre de familia, y destacan cualidades generales, como “amoroso”, “trabajador” o “carismático”. Esos discursos, con todo respeto, son como una mala hoja de vida y en nada le hacen verdaderos honores a la persona que recién falleció. No me gustan los entierros, creo que son rituales a menudo vacíos, llenos de frases de cajón y en los que con frecuencia el “sentido pésame” se dice más por respeto y educación que por otra cosa. Los funerales serían distintos si cada uno de los asistentes recordara las experiencias que tuvo con el fallecido y las compartiera con los demás, si resaltara cómo el difunto dejó huella en su vida, si contara cómo lo ayudó a cambiar su destino, o si relatara cómo su forma de ser les dejó enseñanzas importantes a todos sus seres queridos. Imagino que si el difunto estuviera escuchando esos discursos, seguramente se iría mucho más contento, sabiendo que su vida trascendió de alguna manera.
Hoy quisiera conmemorar a Quino, Joaquín Salvador Lavado, como seguramente lo llaman muchos de sus biógrafos. Sin embargo, no quiero hablar de la primera vez que salió la tira de Mafalda, ni de cómo el contrato para dibujarla estaba relacionado con una campaña publicitaria de una marca de electrodomésticos. Todo eso nos lo explica mejor Wikipedia y solo imitaría pobremente a las personas que dan esta clase de discursos en los entierros. En este espacio que es público, pero que a la vez es sorprendentemente privado, quisiera compartir con ustedes qué significaron para mi Quino y sus tiras, que me acompañaron en momentos de tristeza, tránsito y triunfo.
Yo comencé a leer Mafalda en la sección “Los Monos” del periódico El Tiempo. Confieso que en ese momento, aunque me parecía una bonita diversión para los domingos, siempre me quedaba faltando algo: mi mente de ocho años perdía el hilo narrativo de las historias que llegaban cada semana. Un tiempo después, durante una tediosa visita adulta a la casa de mi hermana, ella me prestó un pequeño volumen de Mafalda para que pasara el rato. Confieso que se lo recibí de mala gana porque estábamos peleadas, pero después de leer las primeras tiras y comprender su hilo narrativo, quise ir más seguido a casa de mi hermana solo para leer y compartir con ella las gracias de Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Guille, Libertad y, por supuesto, Mafalda. Gran parte de nuestra relación se fortaleció gracias al mundo de las tiras cómicas, un gusto que empezamos a compartir desde que ella me presentó a la creación de Quino.
Quino siempre me acompañó en los momentos más tristes de mi vida y en todas mis convalecencias y enfermedades. Una navidad mi mamá me regaló el volumen de Toda Mafalda y no recuerdo ya cuántas veces he leído la obra de Quino mientras estoy enferma o desanimada. Hoy en día la portada ya está descolorida y la tapa está suelta, pero es uno de los volúmenes a los que más les tengo cariño. Perderme en ese universo en el que la picardía de Susanita, la ambición exacerbada de Manolito, la angustia de Felipe y la militancia de Libertad son los protagonistas de las aventuras de infancia, me hace recordar que la vida es un juego, que debemos vivirla como la vivíamos de niños, tomándonos en serio nuestra imaginación.
Mafalda también ha estado ahí en mis viajes y experiencias significativas. Recuerdo que hace un par de años iba a pasar unos meses en Europa y le comenté a mi pareja que iba a extrañar muchísimo el hecho de no poder leer Mafalda cuando quisiera. Mi pareja entonces me regaló un mini-volumen de Toda Mafalda, de esos que venden en la calle, impresos en papel periódico. Me lo llevé como un tesoro preciado y como un símbolo de una importante historia de amor, en la que las risas, el juego y la complicidad siempre están presentes.
Gracias a Quino, porque Quino fue el cable que siempre me mantuvo conectada con mi infancia y con la increíble capacidad de imaginar. Gracias a Quino, porque me acompañó en los momentos difíciles de mi vida, pero también porque estuvo en el subsuelo de muchas relaciones importantes para mí. Gracias, Quino, porque ese universo que creaste se queda con nosotros, vive y vivirá en las dichas y los pesares de quienes te conocimos y en las historias de quienes vendrán.