Arte y resistencia

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Valentina Coccia
07 de junio de 2019 - 05:00 a. m.
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Una obra de arte, con sus bastiones de imponencia, de por sí ya es un acto de rebeldía. Su permanencia en un espacio público la vuelve inminente a la vista: no podemos escoger si mirarla o no, está ahí, como fijándonos, como haciéndonos sentir abrumados con su presencia. Y a veces simplemente nos capta, porque cuando la miramos también sabe utilizar sus atributos y nos lleva en su remolino de bellas emociones encontradas.

Por todo esto, las obras de arte son las herramientas ideales para ejercer el derecho de los pueblos a protestar. En su larga historia, el arte pasó por su trayecto estético y academicista, por su época del adorno y del fasto; pero hoy en día, gracias a las grandes ventiscas de los tiempos, el arte también ha adoptado las formas de la resistencia. El arte, en realidad, funciona como una gran marcha, pues invade el espacio público, pero también prolonga la memoria de la manifestación pues permanece siempre allí, desobediente y feroz, derrotando los designios del tiempo.

Recientemente, renombrados artistas han materializado la voz de protesta de comunidades enteras. No tenemos que ir muy lejos para darnos cuenta de cómo los muralistas se apropian de las paredes de nuestras ciudades, recubriendo el espacio público de mensajes que brotan desde voces olvidadas. Estas obras, si las observamos con detenimiento, nos recuerdan verdades ocultas y, además, nos ayudan a despertar nuestra sensibilidad y compasión encendiéndonos su recuerdo.

Una de las grandes obras del arte callejero es del artista francés JR. En 2017, con la iniciativa de Trump de construir un muro que marcara la frontera entre México y los Estados Unidos, JR obtuvo el permiso de levantar una imponente obra del lado mexicano de la frontera. El artista hizo un magnífico y enorme retrato de un niño mexicano mirando hacia el otro lado. La obra es tan grande como la situación que no puede ser ignorada y representa los anhelos de los migrantes mexicanos, que no llegan con la malicia de apoderarse de todo, sino que llegan con los mismos deseos de un niño que descubre el mundo.

Las esculturas también son obras que cobran mucha importancia en el espacio público. A menudo son conmemorativas de grandes hazañas: en todos los municipios europeos afectados por la Segunda Guerra Mundial encontraremos un monumento a los caídos. La escultura estará siempre allí, como piedra que a pesar de las corrientes, de los vientos y las aguas permanecerá imperturbable. La escultura de la que me gustaría hablarles en esta ocasión es de la autoría del escultor Isaac Cordal. Se trata de una pequeña miniatura que nada en un charco de Berlín. Representa a todos los políticos discutiendo el calentamiento global, ahogándose ya en el deshielo de los glaciares. Al tratarse de una miniatura, Cordal protesta ante la poca importancia que se le da a este gran problema; cuando menos lo pensemos, la humanidad terminará ahogada en un gigante y lodoso charco.

Protestando contra aquellos que insisten en la inutilidad de las artes, me permito investigar sobre sus diferentes usos; entre ellos, el poder que tienen para representar una voz de resistencia. El arte tiene la facultad de agremiar unas voces y de pelear por ellas por generaciones enteras pues, como un legado, permanece por siempre en el espacio, derrochando memoria sobre sus victorias o fracasos.

@valentinacocci4valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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