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De hombres y animales

Valentina Coccia

06 de mayo de 2016 - 12:43 a. m.

El hombre y el animal han tenido, desde tiempos ancestrales, una misteriosa relación.

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Desde una violenta convivencia, han pasado por distintas etapas hasta llegar hoy en día al aclamado debate de la igualdad de derechos, que pone al hombre y al animal a caminar por la misma senda. Me pregunto si la relación que ambos han construido a lo largo de tiempos inmemoriales podría tratarse desde este punto de vista y he llegado a la conclusión de que más que en términos de igualdad, su relación puede plantearse como una semejanza mediada por el temor y la admiración.

Esta idea me hizo pensar en la película The Queen, película del 2006 protagonizada por Helen Mirren y dirigida por el director británico Stephen Frears. La película dramatiza el momento en el que la reina Isabel II debe tomar la decisión de darle o no darle un funeral digno de una princesa a Lady Diana. La familia real, de vacaciones en el castillo de Balmoral, recibe la muerte de Diana con cierta indiferencia, y la reina se encuentra ahora vulnerable a perder el respeto de su pueblo.

En medio de esta difícil resolución, la reina busca refugio en la naturaleza, y un día, sumergida en los alrededores de su castillo campestre, enajenada por un episodio de llanto repentino, a la reina la acomete la visión de un majestuoso ciervo, que llevando una corona de cuernos casi tan imponente como la suya de diamantes, le ofrece un momento de consuelo. La aparición del ciervo, tan imprevista e ilustre, está cubierta por un aura de grandeza, pero sobretodo, por un aura de comprensión, de silencio y de belleza. El ciervo desaparece así como apareció: como una visión, como un milagro, como un fantasma, dejando a la angustiada reina con una sensación de paz, con una sonrisa en los labios y con una efímera sensación de hermandad con el majestuoso animal.

Algunos días más tarde, el ciervo es víctima de la caza local: uno de los cazadores de la reina logra alcanzarlo con sus balas dejándolo muerto con pocos tiros. Isabel II, en medio de sus múltiples compromisos y obligaciones, decide pasar a la cabaña de Balmoral para rendirle un homenaje al animal, que majestuoso cuelga inmóvil del techo del pabellón. La reina se despide con una respetuosa observación, y le recomienda al encargado de darle sus felicitaciones personales al cazador.

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En múltiples ocasiones el cine y la literatura han hecho referencia a la relación del hombre con el animal. Como en la película, en la mayor parte de los casos esta relación se define por una igualdad mediada por la diferencia. El animal, llámese ciervo, oso, pez o lobo, reside por lo general en lugares que engalanados por la tradición literaria, representan un lugar de búsqueda y temor. Por ejemplo, durante la Edad Media el bosque representaba el territorio donde residía lo desconocido: hadas, ninfas y otra clase de espíritus, malvados o indefensos, habitaban las ramas de los intrincados árboles. El mar, por su parte, en el imaginario colectivo estaba plagado de temerosas bestias, que de un solo bocado ingerían una nave completa condenando a los marineros a una muerte violenta y anónima. De esta forma, ir en busca del animal, en medio del peligroso territorio de lo desconocido, implicaba sumergirse en una búsqueda interior que utilizaba la valentía como arma principal y que tenía el autoconocimiento como fin último.

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El encuentro con el animal, por lo general, como en la película de Frears, está determinado por una enseñanza que combate el temor. El animal, tan salvaje y agreste, tan diferente en la forma, pensamiento y acción, es capaz de ofrecerle consuelo a la reina, pues en el fondo, carga con su mismo peso: una enorme corona que debe llevar con dignidad y el temor que le producen las balas silenciosas que vuelan en medio del hábitat en el que es amo y señor. Al final, la historia entre el ciervo y la reina culmina con la muerte, otro elemento que los hermana, y que puede ser causada bien sea por el ciervo, que con sus cuernos arremete al cazador, bien sea por las balas, que precisas surcan las carnes del dadivoso animal.

Es así que la relación entre el hombre y el animal está mediada por una diferencia inminente entre lo salvaje y lo civilizado, entre los instintos y la razón. Esta diferencia, que en un principio está mediada por el miedo, la angustia y el temor, al final se disuelve en una mirada sublime entre ambos, que en varios casos, termina hermanándolos como fruto de una misma creación, como espejos, que con naturalezas distintas, encuentran un punto en el que son semejantes. A pesar de esto, la diferencia entre ambos sigue latente: el animal y el hombre son amigos, pero también enemigos a la par. La lucha entre la razón y los sentidos sigue mediada por el miedo, y el enfrentamiento en la caza a veces termina siendo inevitable. La supervivencia es parte esencial de esta relación, que en la guerra de los instintos, busca desde tiempos remotos el dominio sobre el entorno natural.

@valentinacocci4

valentinacoccia.elespectador@gmail.com
 

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