Fundaciones

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Valentina Coccia
24 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.
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A veces pienso que el espíritu solidario se está acabando en nuestro mundo. A veces pienso que por donde se mire a nadie le importa nada de nadie. Me doy cuenta de que cada vez estamos más cerca de una era de desastres, de corrupción, de maldad, y por unos momentos siento la angustia aplastante de vivir en un mundo que rueda como una bola de nieve hacia un precipicio. Y la realidad colombiana, aún más preocupante, también me ha hecho enredarme en las marañas de la desesperación; en el estancamiento, en la ansiedad y la depresión revueltas en un charco de angustia.

Sin embargo, hay lugares en los que la esperanza deslumbra. Hay personas que se hartan de esperar soluciones ajenas y se llenan de valor para enfrentar la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades, la discriminación, la segregación. Hay personas que quieren romper las fronteras y unir, construir, realizar. Hay personas que se cansan de estar esperando las soluciones que nunca van a llegar, los anhelos que nunca van a ser cumplidos, la inmensa gama de promesas de la política y de la realidad. En la penumbra de nuestros días se encienden unas pocas luces, unas pocas llamas que comienzan a empoderarse, que empiezan a abrir los ojos y a darse cuenta de que la solución de los grandes problemas que nos agobian comienza por lo poco o por lo mucho que cada quien pueda hacer.

Con ese espíritu nacen muchas de las fundaciones, ONG y entidades sin ánimo de lucro: con el propósito de hacerse cargo de muchos de los problemas que las grandes esferas de la política, de la economía y de la sociedad han dejado descuidados. Muchas de las acciones realizadas en estos campos no generan el impacto necesario: la solidaridad, la reflexión sobre reconstruir el tejido social, el propósito de empoderar poblaciones vulnerables y de darles a conocer el universo de las oportunidades son herramientas que muchas veces en las altas esferas ni siquiera se discuten.

La presencia de las entidades sin ánimo de lucro habla muy bien del espíritu de nuestra época. El crecimiento exponencial de los emprendedores sociales y la alta participación de la juventud en esas organizaciones (desde su fundación hasta servicios de voluntariado) encienden una esperanza para el mundo. El impacto de estas organizaciones, más allá de las distintas ayudas que proveen, está en enseñarles a las distintas poblaciones afectadas a entender que el bienestar de la humanidad, la paz mundial y la solución a muchos de los problemas que nos aquejan comienzan por un empoderamiento personal y comunitario.

Aunque la presencia de este tipo de entidades habla muy mal del manejo político y económico, sí pone de manifiesto un universo paralelo de personas que comienzan a salir del subsuelo, a desterrar las caras de desesperanza y a abanderarse con las insignias de la paz. De todas formas, el manejo de las altas esferas sigue teniendo una gran importancia, pero el crecimiento exponencial del número de las entidades sin ánimo de lucro comienza a fundar un movimiento que trabaja por una nueva alianza humana; una alianza fundada con los cimientos del empoderamiento y la solidaridad.

@valentinacocci4, valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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