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Tango querido, que como decía Borges eres “...la región donde el ayer pudiera ser el hoy, el aún y el todavía”.
En su poema, Borges se pregunta de manera constante dónde se encuentran las raíces del tango, que en su letra, en su cadencia musical y en su misma forma de manifestarse socialmente, busca sus orígenes en el compadrito orillero, en el hombre de arrabal, en el cuchillero rioplatense que se encuentra, precisamente, entre el entorno urbano y el rural, entre las raíces gauchas y la cultura de origen migrante.
A finales del siglo XIX, Argentina estaba buscando acomodarse al dulce estrépito de la modernidad. Después de la unificación de la República confederada, los gobernantes buscan acelerar el proceso de modernización abriendo las puertas a la migración europea. La entrada de nuevas culturas al contexto argentino determinó cambios importantes en la estructura y en la estética de la ciudad de Buenos Aires, pero también dio paso a amplias modificaciones en las prácticas y costumbres de sus habitantes. Los platos criollos son reemplazados por la delicadeza de la cocina francesa y por la suculenta tradición de la cocina italiana. Buenos Aires también se convierte en la capital de los deportes extranjeros, incorporando a sus prácticas deportivas al fútbol, al criquet y al polo de origen inglés. El interés por el arte lírico aumenta, recibiendo en los más famosos teatros a los cantantes más aclamados del siglo XIX.
Curiosamente, el tango como género musical se opone a todo este proceso de refinamiento. Si bien nace de la misma hibridación que las comunidades migrantes propiciaban con su presencia, el tango también intenta aferrarse profundamente a las raíces criollas. En efecto, sus orígenes se remiten al lupanar, al prostíbulo, a los lugares de la mala vida; a esos ambientes abandonados por el refinamiento, donde la cultura de los trabajadores de los mataderos, de los cuarteadores, de los artesanos, de los operarios y de los peones de barracas, se vuelca en el ambiente de los boliches, de los quilombos, de los lupanares y de las casas de baile. A partir de esa cultura de la marginación, de ese ambiente donde reina el rufián y el cuchillero, los ritmos europeos como la mazurka, la polka y el vals, o los ritmos criollos como el candombe, la chacarera o el chamamé, comienzan a forjar las raíces del tango argentino.
Por otro lado, el tango también se aferraba a los deseos más básicos del género humano, a la naturaleza visceral de los hombres. En el lupanar el tango era una danza que servía como preludio a la cópula, que se manifestaba como el síntoma del abrazo efímero entre un hombre y una mujer. Añorando ese elemento cultural de las orillas, y evocando la naturaleza “salvaje” del ser humano, el tango comienza a tener una voz, una letra que por primera vez se manifiesta hablando del rufianismo y del baile erótico en pareja. Generalmente, las primeras letras del tango comenzaban a gestarse a partir de las aclamaciones de los asistentes, que miraban recelosos al compadrito que se lucía en la pista de baile con su compañera.
Después de que el tango fue aceptado en París durante la segunda década del siglo XX, dejó de formar parte de los ambientes marginales y comenzó a postularse como el género preferido de la clase media argentina. Para este momento, el tango comenzó a tomar forma como una música de añoranza, como una manifestación del lamento, que aún hoy es característico de este género musical. El lamento por el amor perdido, por la antigua ciudad que se desvanece con el proceso de modernización o por el paso del tiempo y de los años felices, hace del tango, en su voz triste y desolada, un canto de nostalgia, que a través de la música intenta detener el tiempo por un instante y vencer el proceso de transformación. Esa voz triste, que se manifiesta a forma de monólogo o de autorretrato, se convierte en el espíritu argentino, que se configura como un espíritu de añoranza, como un impedimento al paso del tiempo, como un anhelo doloroso de volver a ese pasado más feliz y a esa identidad porteña original.
Es así como el compadrito orillero se pierde en el tiempo, pero también como el pasado se manifiesta en ese canto de evocación, que acumulando pérdidas, se ha convertido en el lenguaje argentino universal.
@valentinacocci4
valentinacoccia.elespectador@gmail.com
