Publicidad

Humanismo para Colombia

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Valentina Coccia
09 de septiembre de 2016 - 03:15 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

La diversidad ideológica de estos meses, pero sobretodo el acalorado y aguerrido clima político que ha generado la próxima firma de los acuerdos de paz, me han hecho pensar en el divertido personaje de Sócrates, que por el año 440 a.C ya debía pasearse por las calles de Atenas incomodando a los doctos de la ciudad, pero sobretodo, haciéndolos caer en cuenta de su terrible ignorancia en materias en las que socialmente su experticia era reconocida.

El escarnio público al que estos personajes eran sometidos continuamente, terminó llevando a Sócrates a juicio, entregándolo, finalmente, a los brazos del envenenamiento y la muerte.

Sócrates no era político. Tampoco era un personaje público, o un revolucionario. Sócrates era un maestro, y esto le bastó para ser condenado. El acto “ilegal” que lo entregó a la condena, en el fondo, no fue la humillación de los personajes más reconocidos de la ciudad, sino que su mayor crimen fue cuestionar las creencias establecidas, e inducir a sus interrogados a tener un pensamiento crítico que pusiera en tela de juicio sus propias verdades.

A mi modo de ver, podemos relacionar la anécdota socrática con la crisis educativa y con el clima político de la actualidad colombiana. De hecho, con la próxima firma de los acuerdos de paz y con los acontecimientos que van a marcar nuestra historia de ahora en más, la educación colombiana necesita estimular el desarrollo y la implementación de una educación humanista que fortalezca el pensamiento crítico, tal como lo hacía Sócrates con esos discípulos involuntarios.

Hasta el momento, las instituciones educativas han querido fortalecer el conocimiento técnico. Sin querer generalizar, veo que gran parte de las familias se sienten orgullosas de sus hijos ingenieros, financieros o científicos, pero con respecto a los jóvenes que escogen una carrera humanista, los padres se sienten escépticos sobre su futuro. Estudiar filosofía, literatura, historia o alguna clase de humanidad no produce mucho orgullo en las familias colombianas, pues estas carreras no son lucrativas y además, de acuerdo a los estereotipos,  “inducen” a los jóvenes a salirse de los esquemas establecidos en las familias. En estos términos, podríamos decir que la educación, en los últimos años,  no se ha construido con la intención de fortalecer las cualidades individuales, de inducir a los jóvenes a crear un proyecto de vida propio y tanto menos con la intención de fortalecer un pensamiento crítico, sino que se ha cimentado sobre la necesidad lucrativa de producir profesionales que aporten al crecimiento del mercado global.

Hoy en día, Colombia necesita exactamente lo contrario. En los albores de la construcción de un país en paz, colegios y universidades deben fomentar el interés por las materias humanistas, aumentando la empatía de las nuevas generaciones por una disciplina de este tipo; claro, sin restarle importancia al conocimiento técnico. A mi modo de ver, esta visión aportaría en varios aspectos. En primer lugar, el estudio consciente de los fenómenos sociales que se expresan de diversas maneras en el arte, la literatura, la historia, la filosofía o la antropología, nos lleva a conocer cómo otros han visto las coyunturas sociales e históricas en otros momentos y contextos, poniendo esas visiones en comparación con nuestra situación histórica actual.

En segundo lugar, el estudio de este tipo de materias nos ayuda a ponernos en los zapatos de los otros. Por ejemplo, la lectura de una novela como “Soldados de Salamina” de Javier Cercas, nos ayudaría a comprender las dinámicas de la deshumanización que comporta un conflicto armado, pero también nos ayudaría a comprender el inmenso valor que tiene la reconciliación al término de una guerra. En otras palabras, el estudio de las humanidades nos ayudaría a ser solidarios, a generar empatía, a comprender las acciones de los otros, y a salirnos del esquema desde el que usualmente pensamos; el esquema con el que nos han educado, el mundo en el que hemos crecido, las creencias que hemos cimentado.

En este orden de ideas, con una educación que no tenga ánimos de lucrar a la sociedad, podremos desarrollar un pensamiento crítico en las nuevas generaciones que nos ayude a ver los fenómenos sociales desde otra óptica y que nos ayude, al final, a ser más solidarios con ese “otro” que en Colombia está por entrar a formar parte de nuestro mundo. No le temamos a las enseñanzas de un maestro como Sócrates, que nos inducirían a salirnos de nuestros prejuicios y estereotipos. Escuchémoslo con atención, sin condenarlo anticipadamente a morir sin palabra o a vivir sin escucha.

valentinacoccia.elespectador@gmail.com  @valentinacocci4
 

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.