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Muy poco se conoce sobre la vida de Jesús Nazareno, llamado de este modo no por ser nativo de Nazaret, Galilea, sino por ser “nazir”, que en hebreo quiere decir “el santo de Dios”.
Históricamente, sabemos que Jesús nació y creció en un entorno político muy tergiversado. El Imperio Romano conquista y somete la ciudad de Jerusalén alrededor del 63 a.C. Esta toma, indignante para la población judía, despierta el viejo nacionalismo por el advenimiento de un rey, hijo de David, que los salve de la opresión, remitiéndose, probablemente, a las doctrinas de la secta escénica.
Aunque las escrituras poco nos pueden decir sobre la vida de Jesús, sí podemos decir que sus actos, definitivamente, llamaron la atención de los romanos, pues el procurador Poncio Pilato no escatimó en gastos para llevarlo a la condena. Aunque no tenemos certeza de si Jesús estaba afiliado a alguna clase de grupo político nacionalista (como fue el de los zelotes) sí sabemos que su discurso se solidarizó con la población judía menos favorecida, proponiendo un diálogo no violento; una salida espiritual a los problemas políticos y sociales a los que se enfrentaba esta porción de su pueblo.
En realidad, Jesús nunca quiso edificar una nueva Iglesia, sino tal vez agrupar al pueblo de Israel bajo un nuevo orden, y nunca, en todas las escrituras, se definió como el hijo de Dios o como el mesías, el salvador; como Pablo de Tarso lo definió posteriormente. Jesús, bajo esta óptica histórica, no era tanto una entidad puramente espiritual que hacía milagros por doquier y salvaba a la población de la enfermedad, el hambre y la miseria, sino que más bien era un personaje político, que invitó al pueblo a una acción contundente, pero no violenta, frente a los delegados del Imperio.
Hace algunos días, el New York Times Magazine publicó un artículo sobre el trabajo voluntario que me hizo pensar en la imagen de este Jesús histórico. La obra del Jesús redentor ha sido replicada a lo largo de los siglos por misioneros y predicadores laicos.
En nuestros tiempos, tenemos la figura del voluntario social, que viaja por el mundo construyendo casas para las víctimas de terremotos, sirviendo comida en comedores comunitarios, distribuyendo mantas y sirviéndole café a los habitantes de la calle, u organizando actividades educativas para niños de poblaciones vulnerables, tratando de difundir o de fortalecer ciertos valores; como en la Biblia Jesús predicaba la caridad y alimentaba milagrosamente a los desamparados.
Pienso que el voluntariado, fundado en los principios de caridad cristiana, y en parte en esas imágenes contundentes del Jesús mesiánico, tal vez no es la mejor vía para darle salida a los problemas sociales de hoy. De hecho, Jacob Kushner, autor del artículo “The Vouluntourist’s Dilemma”, nos dice que el trabajo voluntario no le permite a las poblaciones afectadas tomar responsabilidad sobre los hechos que los aquejan, sino que, por lo contrario, permite que se acomoden a la acción de esos voluntarios “mesiánicos” que vienen a “redimirlos” o a “asistirlos” en estas complicadas situaciones, justamente como lo hacía el Jesús de las escrituras.
Me parece que más que el Jesús bíblico, el Jesús histórico puede ser una mejor inspiración para estas labores. Ese Jesús político, que incita a una acción pacífica pero independiente, puede darle un tono más contundente al trabajo del voluntario, que más que prestar un servicio de asistencia, puede ayudar a las poblaciones a formular proyectos de vida, a construir viviendas con sus propias manos, a cultivar sus propios alimentos, a saber que las condiciones sociales o políticas no los determinan como para someterse al hambre, a la injusticia o a la ignorancia. Aunque esto no es nada fácil de realizar, el trabajo del voluntario sería mucho más valioso si confiere autonomía y no dependencia, como cuando Jesús Nazareno invitaba a la acción y no a la sumisión.
@valentinacocci4
valentinacoccia.elespectador@gmail.com
